lunes, 22 de junio de 2009

De Amritsar a Jammu

Diana a las 4:30, antes de que salga el sol. Estamos haciendo la mochila a toda prisa cuando se va la luz. Curiosamente, sigue funcionando el ventilador. De los mil interruptores misteriosos que hay en la pared, no conseguimos exprimir ni una gota de claridad. Terminamos con el equipaje iluminandonos con los moviles. Al bajar al patio a traves del cual se sale a la calle, nos encontramos el porton cerrado. En medio del patio, en ropa interior pringosa, encogido sobre un catre de mimbre como un bebe de piernecillas raquiticas, duerme el vejete de la recepcion. Al lado de la casicama, una botella de agua y un paquete de tabaco. A pesar de lo borde que ha sido, me da pena despertarlo. Saca la llave de debajo de la almohada, nos abre sin decir palabra y vuelve a cerrar sin despedirse.

Para ver lo que es la vida en la India, hay que levantarse al amanecer, antes de que el sol anime los colores que maquillaran un tanto la realidad. Al amanecer, cuando aun duermen en las calles los que no tienen otra cama. Solos, en racimos, en sartas o en hileras. Cualquier lugar vale: bajo un arbol, en los escalones de un portal, en un amago de acera, un muro del que para caerse diez metros mas abajo basta con darse la vuelta. Pero no creo que tengan el suenho inquieto aquellos para quienes la vida no se diferencia mucho de una pesadilla.

El bus de las 6 no tiene aire acondicionado. Tan temprano no hace falta, o eso deben de pensar los indios. Me pongo los cascos, no para escuchar musica, sino para amortiguar el estruendo del motor, el castanheteo de las ventanas que tiritan, pero no de frio, y el tableteo del aire polvoriento que entra por ellas a borbotones, los quejidos de la estructura entera del autobus, que cruje, gime o chirria en cada bache o desnivel, o sea, sin parar, las conversaciones a voz en cuello en el asiento de atras, los llantos de los ninhos en el de al lado, la musica metalica que esta escuchando en el movil el chaval de mas alla... Pero no consigo dormir.

El viaje transcurre en modo stand-by, en ese estado en el que el cansancio atrasado amortigua los sentidos, y el calor, los ruidos y el traqueteo parecen venir de muy lejos, de otra realidad, y diluirse un tanto por el camino.

Hacemos un alto, para bajar del bus hayque atravesar habilmente la barricada de bolsas, bolsones y termos que bloquean el pasillo, menos mal que hemos conseguido incrustar nuestros mochilones en el exiguo espacio de los maleteros que cuelgan del techo (arrancando en el intento el unico altavoz, por otra parte meramente decorativo, que debia de quedar en todo el bus, a juzgar por los cables que cuelgan por aqui y por alla), con la esperanza de que el rozamiento venza a la fuerza de la gravedad y no acaben por caerse en la cabeza de nadie en alguna curva. Pero el camino es bastante recto.

Como digo, un alto en el camino. Enseguida el autobus queda sitiado por vendedores ambulantes que acuden corriendo, llevan sobre la cabeza, en equilibrio admirable, enormes bandejas redondas con piramides de bolitas amarillas que supongo comestibles, mientras por las ventanas desfilan botellas de bebidas frias y diversos snacks fritos. Opto por bajar a estirar las piernas y comprarme un paquete de galletas, una cocacola y un zumo de naranja embotellado. Mi aparato digestivo no esta para bromas. Tras media hora al sol, reanudamos el viaje en coctelera. Dudo que los 90 quilometros que quedan hasta Jammu me basten para escribir este texto, pero mis calculos son erroneos. Mas de dos horas despues, llegamos a Jammu.

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