martes, 7 de julio de 2009

Solito por Delhi

No se por que, pero, al igual que a la llegada, en casa de Devesh apenas conseguimos pegar ojo. No conseguimos que el air-cooler enfrie, nos habria venido bien el manual de instrucciones. Mi cabeza da tantas vueltas como yo en la cama. Pienso en dedicarme a algo relacionado con los viajes: escribir articulos, trabajar para la Cruz Roja... Me muero de sed, el litro de agua que me bebi por la noche no basta para digerir el palak paneer.

A las cinco y poco suena el despertador. Ania se levanta, la acompanho abajo a coger la autorriksha a la estacion, hoy se va a Agra a ver el Taj Mahal. Subo, me peleo un rato en el banho con la cena de anoche y en estas llega Devesh, recien vuelto de Nepal. Que majo es. Hoy no me puede hacer companhia, tiene curro atrasado.

Autorriksha hasta la Embajada de Espanha. En el control de pasaportes a la venida, la cubierta del mio quedo pendiente de un hilo, la pegue con superglu, pero me quedo un poco chapucero, llame por telefono y me aconsejaron que me presentara a por un certificado de que mi pasaporte, aunque pueda parecerlo, no esta falsificado. Dentro esperan unas cuantas personas que han tenido problemas mas serios que yo. Me atienden rapido. Salgo antes de las 10.

Encontrar transporte por la zona embajadorial no es tan sencillo, son calles anchas, las rikshas pasan a lo lejos y todas llenas. Alguien me dice que bus debo coger para llegar a Jama Masjid, lo que no me explica es donde esta la parada. Un policia me ayuda: se planta en medio del carril cual suicida y le hace senhas al bus de que pare a un lado. Me subo, ni me da tiempo a darle las gracias. Dentro todos me miran. Hasta Jama Masjid se tarda casi media horeja. Son siete rupitas.

Me bajo cerca de Jama Masjid, la mezquita principal, uno de los lugares donde mejor me senti en Delhi hace dos anhos. Me oriento por las cupulas. Atravieso una especie de explanada que debio de ser preciosa, un camino de cemento pintado de azul, en el que cada cierto tiempo aparece una pequenha piscina en forma de estrella, son fuentes, pero en vez de agua dentro hay gente sentada, familias enteras, sacos, lienzos, trastos, incluso una cicloriksha. Bajo los arboles dormita gente sucia y harapienta. Mucha miseria. Toldos de lona o de plastico sujetos por cuatro palos. Sentados en el suelo y protegidos por sendos paraguas, dos tipos venden frutos secos amontonados en cestas. Los miro y me piden que les haga una foto, aunque ni siquiera llevo la camara a la vista. Insisten, asi que la saco. En esto estoy, cuando un viejo que viene por detras con una especie de odre de agua a cuestas, choca conmigo y me suelta parte del contenido sobre la mochila, creo que aposta. Lo miro con furia, mientras los de los frutos secos se rien. Viene otro tipo y me dice algo de malas maneras, lo mando a tomar el fresco, a pesar de que (no se por que) se lo he dicho en polaco, me entiende perfectamente, me amenaza, noto cierto movimiento de gente en mi direccion, asi que opto por pirarme de alli cuanto antes, me siguen tres tipos, doy media vuelta y les planto cara, pero pasan de largo. Estoy ya a la puerta de Jama Masjid. A la puerta, dos policias, hombre y mujer, y un arco detector de metales.

Es una puerta lateral, no la principal, pero la escalinata se parece mucho a la que ya conozco, quiza un poco mas pequenha y mas desierta, pero impresiona. Un tipo viene y me dice que con pantalon corto no se puede entrar. Eso ya lo sabia, pero hoy, ultimo dia en India, me apetecia ponermelo, despues de haberlo cargado en la mochila todo el viaje para no usarlo mas que en Chandigarh. El tipo me dice que "por trescientas o cuatrocientas rupees only" puedo comprarme una kurta y pijama (la camisa larga y los pantalones, efectivamente parecidos a los de un pijama, que llevan los musulmanes), o "por quinietas rupees only" si es de mejor calidad. Ni de conha. Luego me quiere llevar a ver no se que templo hindu, otro jainita y, si le entiendo bien, otro cristiano. Me libro de el como puedo y me voy a la entrada principal.

Paso por el detector de metales, todo pita, pero a los polis (tambien hombre y mujer), les da lo mismo. Los miro, me miran. Saco algunas fotillos, que bonita es la escalinata, subo, a la puerta me mandan quitarme los tenis (recuerdo la otra vez, nos negamos a dejarlos alli y los metimos en la mochila, hay que tener en cuenta que era el primer dia de viaje de la primera vez en la India) y, al igual que hace dos anhos, me anudan a la cintura un mantel sucio, que ahora se que se llama lungi (al menos cuando no esta sucio), y me hacen pagar ni mas ni menos que doscientas rupees only por la camara. Estoy empezando a pensar que el nombre oficial de la moneda india es "rupee only", nombre y apellido, hasta esta escrito en las entradas de diversos lugares.

La mezquita es de piedra rojiza y ocupa un espacio enorme. En el patio, dicen, caben hasta veinticinco mil personas, no en vano es la principal mezquita de la India. Las losas queman bajo el sol y estan llenas de cagadas palomiles, menos mal que no me he quitado los calcetines. Rodean el patio arcadas, bajo las cuales descansan familias enteras, mucha gente duerme sobre la piedra. En tres de sus lados, puertas con arcos, columnas, cupulas. En el lado restante, una exquisita construccion coronada por cupulas puntiagudas de marmol y ornamentada con inscripciones del Coran (supongo), en cuyo interior rezan algunos fieles. Veo los primeros turistas en bastante tiempo, todavia tienen la piel lechosa, se ve que acaban de llegar, caminan como perdidos, sonrien timidamente y les han puesto manteles todavia mas feos que el mio, por no hablar del trapo de lunares con el que han envuelto a las tias. Llamo la atencion, se me acerca alguna gente a hablarme, algunos me piden fotos, yo se las pido a otros, unos se me pegan y no paran de darme la chapa, quieren que les invite a tomar algo, luego se burlan de mi. Toda la agresividad y desagrabilidad que no he vivido a lo largo de este viaje, parece que me la estoy encontrando hoy, justamente el ultimo dia, cuando mas tranquilo iba. Decido practicar un poco mi deporte favorito, el towering, y subirme al minarete, desde donde dicen que hay unas vistas espectaculares de Delhi. Por cien rupees only. Para los indios, veinte. Un padre sin ganas de subir me encomienda a un chaval como de diez anhos, no se si para que se lo cuide o para que el cuide de mi. La escalera de caracol es tan estrecha que no caben dos personas, cuando una sube y otra baja hay que apretarse y pasar rozandose. Cuesta subir los escalones, no se como el ninho lo consigue, le llegan por encima de la rodilla, pero va mas rapido que yo. Arriba, efectivamente, una vista espectacular, sobre todo de la espectacular contaminacion que cubre la ciudad. Molan las casitas cuadradas, apinhadas, como si la ciudad fuera una pantalla pixelada de colores. Bajo y agoto mis ultimas fotos retratando a la gente que hace sus abluciones en la fuente del patio. Luego me siento en una de las galerias bajo los arcos, cierro un rato los ojos, pero noto que mi presencia turba la paz y a mi me turban las miradas fijas. A la salida, me piden diez rubias por alquiler de lungi y otras tantas por cuidado de zapatos.

Salgo, decidido a pasear tranquilamente por Chandni Chowk, el mercado que hay a los pies de Jama Masjid, se me acerca un ciclorikshero que antes me habia ofrecido sus servicios. Es mayor, pero habla bastante bien ingles, me sorprende su acento. Quiere llevarme por ahi, ensenharme callejas de Old Delhi, pero yo no quiero, quiero andar, no necesito una riksha, el sigue hablando conmigo, aunque yo no le doy mucha cancha, me acompanha un trecho, ya no insiste en llevarme, me indica como llegar a donde yo quiero, le pregunto por algun restaurante, dice que de que tipo, me recomienda uno que esta ahi al lado, le pregunto por que habla tan bien ingles, estuvo trabajando en Calcuta con la Madre Teresa muchos anhos, pero no sabe leer ni escribir, aunque otra gente lee y escribe pero no sabe hablar, me cae bien, le invito a comer, cada uno un thali (dhal, shahi paneer, raita y un par de stuffed parantha), total 70. Se ve que tenia hambre.



El rikshero se llama Sunny ("like the sun"), tiene sesenta anhos, la piel muy oscura ("todos creen que soy del sur del pais") en un bonito contraste con el pelo gris o blanco brillante, los pomulos muy marcados en una cara flaca, y unos ojos brillantes que parecen buenos. Es pequenhito y flaco y un poco encorvado. Me cuenta su historia. Nació en Bihar y vive en las afueras de Delhi, alli tiene su mujer y sus no se cuantos hijos e hijas, casi todos casados, tiene tambien cuatro nietos, sonrie cuando le digo que es abuelo. Pero sus hijos no quieren trabajar, han salido vagos, no traen dinero a casa. Y el ultimamente tampoco gana nada, no hay trabajo, "los indios tampoco salen de casa porque hace demasiado calor". Lleva cinco dias sin volver a su casa, durmiendo en la riksha, que no es suya. Cada dia paga cincuenta rupias de alquiler. El otro dia, mientras dormia, le rajaron el bolsillo donde tenia seiscientas rupias. Me ensenha el tajo. Debe de ser una práctica habitual, porque es la segunda vez que le pasa. Me entra rabia, como se puede robar a quien no tiene nada. Todavia no puede volver a casa. Una vez le robaron la riksha, que tampoco era suya, y tuvo que pagarle al duenho lo que le pidio, siete mil rupias. Todo por no tener una cadena con que atarla. Las rikshas nuevas cuestan nueve mil, ahora es que las hacen con capota; las de segunda mano, cuatro mil. Le gustaria tener una propia, aunque no sabe cuanto tiempo mas podra trabajar, esta sano, pero es mayor. No sabe que sera de el y de su familia. Tiene muchos amigos por todo el mundo: americanos, suizos, alemanes, franceses, italianos, suecos... Una vez, uno de sus amigos, no recuerdo de donde, le llevo a un garaje de rikshas de segunda mano y le compro una. Pero una vez que su hijo se puso enfermo, tuvo que venderla para pagarle el hospital. Ahora esta ahorrando. Me ensenha su riksha, que no es suya. Le doy una camiseta negra que llevaba justamente para darsela a alguien, era una de mis favoritas, pero ya no me la voy a poner porque el dibujo se esta desprendiendo y queda feo. A el no creo que le importe. Me cae bien ese hombre, me gusta su cara, a pesar de los dientes estropeados por el tabaco de mascar y el betel. Le hago un par de retratos, con mi camara que cuesta mas que todas las rikshas que hay alli juntas. Acuden otros riksheros y personajes de los alrededores. Le pido que me lleve al metro, solo para escaparnos de alli. Por el camino, sigue contandome su historia. Lo hace sin teatro, sin pena, sin dolor. Es su historia. Cuando era pequenho, mendigaba en las calles, con su madre y sus hermanos, vivian en la acera, bajo algun toldo. Un americano que tenía diez coches se interesó por ellos, cada semana les daba quinientas rupias para comer, quiso meter a Sunny en la escuela, pero la madre temió que se lo llevase a América y se escapó del pueblo con toda la prole. Al cabo de un tiempo volvió, y el americano le compró a Sunny varios pantalones y camisas y una corbatita roja y lo metió en un internado donde tenía cama y comida. Pero luego no sé qué pasó que el americano desapareció y no hubo quien pagara el internado. Llegamos al metro, me bajo y le pregunto cuanto es. Dice que nada. Es justo la prueba que me hacía falta, aunque quizá no debería haberme hecho falta ninguna. Le doy discretamente quinientas rupias. Su cara se ilumina, se me queda mirando fijamente, balbucea "thank you, sir..., thank you...". Le digo que me espere un momento. Voy a comprar un par de refrescos, ese hombre necesita hidratacion y azucar para pedalear con el calor que hace. Mientras tanto, compruebo cuánto dinero me queda. Al volver con medio litro de pepsi, me lo encuentro llorando. Con la botella le doy otro billete de quinientas, bien doblado. Llora silenciosamente, dice que Dios lo ve todo y que, por eso, cuando uno hace el bien, le llega el bien, y que él es un hombre con suerte, porque siempre se topa con gente buena que le ayuda, yo le digo que yo no soy bueno, que soy normal, no le digo que en el fondo temo estar comprando una tregua de mi conciencia, le pongo la mano en el hombro, me falta poco para llorar a mí también. Guarda la botella de pepsi en un cajoncito bajo el asiento de la riksha, se la dará a su hijo. Vamos a comprar una cadena y un candado para que no le vuelvan a robar la calesita, porque si tiene que andar pagando, nunca tendrá una propia. Comprueba la solidez de la cadena y me dice el precio, por si me parece bien. Por noventa rupias tenemos sistema de seguridad. Por noventa rupias se hubiera evitado tener que gastar siete mil... Y pensar que yo siempre había evitado tomar las ciclorrikshas porque me parecía un esfuerzo inhumano, pero es que de ese esfuerzo depende su vida infrahumana. Infrahumana en las condiciones, humana en los sentimientos.

Insiste en que quiere enseñarme las callejuelas de Old Delhi. Por qué no, me apetece estar con él, quién sabe cuántos momentos así se podrá permitir, el pan de hoy ya se lo ha ganado y, de todas formas, parece ser que no hay muchos clientes. Va a aparcar donde están el resto de los riksheros de Chandni Chowk. Echamos a andar, adentrándonos por las calles laterales donde, nerviosos, nos metimos mi hermana y yo hace casi dos años, nuestro primer día en la India, mientras el resto del grupo se quedaba en la calle principal sin atreverse a entrar. Pero no se lo digo, le dejo que me haga de guía, me gusta volver a estar allí, la perspectiva es totalmente diferente y, sin embargo, recuerdo la excitación de aquella tarde. Me señala un portal y me dice que entre a hacer fotos, es como si hubiera adivinado mi gusto: la entrada en sombra, un arco pintado de celeste y, al fondo, un patio soleado con ropa de colores tendida. Sonríe. Luego me enseña un templo jainita, horteramente bello, una lástima que no dejen sacar fotos. Nos tomamos un gulab jamun cada uno de postre. Paseamos un poco más. Conoce muy bien esas calles, al fin y al cabo, aparte de Bihar, su lugar natal, en su vida no ha visto más que Calcuta y Delhi. Y un poquito de Nepal, en el que tal vez sea el único viaje como tal que ha hecho. Me acompaña hasta el metro, nos tomamos una limonada, que es buena para el "estógamo" ("it's good for your tomach", dice) y nos despedimos. Me da la mano. Yo le habría dado un abrazo, sobre todo si estuviera un pelín menos sucio, pero me temo que no hubiera sido apropiado. Si alguna vez vuelvo a pasar por Chandni Chowk, lo buscaré. Sunny... ojalá le vaya bien, whatever that means.

El metro de Delhi es moderno y tiene tres líneas. Al entrar te hacen subirte a un escalón para cachearte y pasan tu equipaje por rayos. No sé cómo lo harán en las horas punta. Cojo la línea amarilla hasta Rajiv Chowk. El vagón es ancho y fresco, la variedad de los pasajeros cabe en la de la India, no hay, ni por asomo, tantos extranjeros como en Madrid o en Londres, es decir, no veo a ninguno aparte de mí. Busco el trasbordo a la línea azul. Llega el tren hasta los topes y los pasajeros se desbordan como por las compuertas de una presa, empujándose, pisoteándose, aplastándose, arrollando a los que esperan en el andén, algunos de los cuales, como peces contra un tsunami, intentan subir al mismo tiempo. Por suerte el vagón queda casi vacío. Ya en Yamuna Bank cojo una autorriksha para completar el trayecto, pero al minuto de trayecto el tipo se para a un lado y desaparece veinte minutos, yo estoy tentado de ponerme al volante (mejor dicho, al manillar), luego me explica por señas que se ha ido a dar prashad, comida bendecida, a no sé qué dios; a juzgar por las migajas dulces que aún rebaña con la lengua, deben de haber comido juntos.

Ya cerca de casa de Devesh, me meto en el cíber, porque me apetece escribir un rato. A las dos horas, se va la luz. Por suerte disponen de un generador que aguanta la corriente cinco minutos más, así que me da tiempo a grabar lo escrito. Vuelvo a casa, Devesh acaba de levantarse, me pego una ducha, porque estoy todo sudado, y entablamos una interesante conversación llena de confesiones culturales y personales. Luego, mientras Devesh se ducha, sigo escribiendo, dispuesto a terminar el capítulo, tan inspirado estoy que se me olvida grabar cada cierto tiempo, craso error tratándose de la India, pues, evidentemente, al rato se vuelve a ir la luz. Siento una curiosa mezcla de cabreo y resignación. Al dejar de funcionar el ventilador y el air-cooler, el calor se hace sentir con toda su fuerza. En cuestión de segundos, a pesar de estar recién salidos de la ducha y medio desnudos, chorreamos sudor, nuestros cuerpos brillan como luchadores aceitados. Se hace de noche y yo tengo que hacer la mochila a la luz de dos velas y mi móvil. Llamamos al telecurry para que nos traigan la cena, que engullimos románticamente a la luz de las velas en el balcón, donde al menos se insinúa una leve brisa. Se hace tarde, termino de hacer el equipaje, vuelve la luz y bajamos.

Conmigo escondido tras la verja, Devesh me negocia una autorriksha al aeropuerto por 250. Salgo, monto, son más de veinte quilómetros, en algunos tramos (sólo en algunos) alcanzamos velocidades de las que no creía capaz a un triciclo de éstos, sesenta, tal vez ochenta por hora, pero metido en una lata con ruedas que tiembla y da respingos todo el tiempo y es adelantada por coches y jeeps a menos de cinco centímetros, uno se siente muy vulnerable. A pesar de ello, estoy tan cansado que voy dando cabezadas, empiezo a soñar con visiones de la India, pero antes de que el argumento tenga tiempo de desarrollarse, siempre hay un bache que me despierta violentamente, la lata cruje y temo por mi integridad física y la de mi equipaje. El trayecto dura cosa de una hora, pero se me hace eterno.

Mi vuelo es a las 00:40. En el avión conseguiré dormir.

4 comentarios:

KaZe dijo...

...sabía exactamente lo que ibas a hacer, no sé porqué. Quiero pensar que yo hubiera hecho lo mismo.
Es precioso.

Por cierto... no entiendo la última parte.

¿asdf asdf?

Alfonso dijo...

Sabes, la televisión (aunque llevo media vida prácticamente sin verla) nos prepara para la miseria en masa. Cuando vas a la India, ya te esperas algo así, has visto esas imágenes mil veces. O incluso peores, porque lo cierto es que en las calles de Delhi no se ve tanta pobreza (en Varanasi más, y tengo entendido que en Kolkata más todavía). Mi shock más fuerte fue cuando me metí en una favela en Brasil hace 10 años con un grupo de gente que, de forma voluntaria, se dedicaba a alfabetizar a los adultos, a jugar con los niños y a repartir naranjas, aderezándolo todo con salsa de Biblia. Recuerdo que, cuando volví a mi habitación, estuve como una hora bajo la ducha, apoyado en la pared y con la mirada perdida, intentando asimilar lo que acababa de ver. Todavía recuerdo a aquella niña preciosa, mulatita clara, con dos trencitas, una a cada lado de la cabeza, sonriéndome, con el cuerpo cubierto de polvo, la cara y las piernecillas del mismo color que la ropa, todo gris; los niños corriendo descalzos entre cristales rotos; o aquella anciana sentada dentro de una chabola de ladrillo y uralita en la que los únicos enseres que alcancé a ver fueron la cortina de plástico multicolor que hacía las veces de puerta, la silla en la que estaba sentada, la tele y la mesa sobre la que ésta se encontraba.

Sí, claro que impresiona la pobreza, pero llega un momento en el que el cerebro, incapaz de comprenderla, se niega a aceptar su realidad, la ve como si de una película se tratase. Hace lo posible para alejarse de ella, para no identificarse. Reacciona con miedo, con asco. Pero es otra cosa cuando te acercas a ella y le dejas entrar. Cuando conoces la historia de alguien como Sunny. Entonces comprendes que no son animales, que no son otra raza, son personas como tú, pero nacidas en otras circunstancias. Y te sientes parte de la injusticia.

En cuanto a la última parte... bueno, ya no está. Es que conseguir acabar esta entrada me ha llevado, por diversas circunstancias, cinco intentos.

Un abrazo.

KaZe dijo...

... antes de que se me olvide...
¿tu pezuña? qué tal?
Supongo que bien porque al no haber puesto nada relacionado con ella ni me he acordado, jeje.

Lo más parecido a lo que me cuentas, es cuando, hace ya un año y pico, fui a sacar dinero en el cajero.
El que está en la avda Finisterre.

Resulta que en los cajeros de la zona, siempre hay pobres, yonkis durmiendo dentro, o pinchándose, fumando bases...
Siempre que veo algo de eso dentro, prefiero irme a otro cajero, o volver al día siguiente si no me urge la pasta.
Pero ese día, no me di cuenta de que había un tipo dentro. Al abrir la puerta, estaba bloqueada, y había un chico dentro, quemando papel plata, tirado en el suelo, con unas bolsas y una mochila en el suelo, abiertas.
Se asustó, me pidió perdón 10mil veces, y me dijo que tenía que perdonarle, que sabía que estaba mal, pero que sólo se hacía daño a él mismo. Me dijo que no me preocupara, que salía del cajero, y que iba a esperar en la acera de enfrente a que yo me fuera ya con el dinero, para que no tuviera miedo.
Yo (sin dar mucho crédito) le dije que no hacía falta que saliera del cajero, que sólo iba a sacar dinero.
Que se quedase allí.
Al final estuvimos hablando un montonazo de tiempo, me dijo que tenía 36 años, se llamaba Manuel, vivía con su madre, pero llevaba días sin ir por casa, porque no quería que le viera colocado, porque no podía soportar la metadona, y que por eso prefería seguir drogándose.
Que él nunca robaba, sólo pedía por las calles, (y de hecho lo sigue haciendo, que a veces lo veo por ahí), y esstuvimos hablando un montón de tiempo.
Al final, casi me olvido del dinero.
Saqué 20 euros, y, aún con lo mal que estaba económicamente, ya que no tenía trabajo, ni paro, fui a cambiar el billete, y le di 5€ o 10€, ahora no recuerdo bien...
Manuel se deshacía en elogios, decía que así daba gusto. Que las viejas que iban a sacar dinero llamaban a la policía, o a los hijos, y que siempre los molestaban allá donde estaban, aunque no estuvieran pinchándose ni haciendo nada. Sólo por el aspecto.
Decía reiteradas veces que siempre les pedía perdón a las señoras, y a todo el mundo, y que siempre hacía lo que conmigo. Irse a la acera de enfrente, a esperar que se fueran con el dinero para volver a entrar al cajero. Incluso aunque estuviera durmiendo cuando entraban a sacar dinero.
En esto, mientras yo hablaba con él, pasaron varias personas por delante, y al rato llegó la policía, entraron preguntándome si estaba bien.
(Obviamente respondí que si), y se querían llevar a Manuel. Yo les pedí que no lo hicieran, que no había hecho nada. Era un hombre honrado y respetuoso, y al final los convencí, lo mandaron marcharse de allí, me dió la mano y se fue.
Y yo les dije que no por drogarse hacía daño a alguien más que a sí mismo.
Les dije que a pesar de estar en esas lamentables condiciones de vida, era mucho más respetuoso que la mayoría de las personas, y qeu se merecía algo mejor. Incluso les dije que me caló tanto, que fui a cambiar dinero y se lo dí, y se quedaron de piedra.

Luego estuve pensando un montón acerca de Manu en casa... y hasta hoy.

Pakonas dijo...

Precioso broche final, Alfonso, y me alegro de que esta vez tu impresión haya sido más positiva sobre este país, tan fascinante como cargante muchas veces.

Yo acabo de regresar de unos cinco días por el sur del sur (los mismos dias que se supone debería haber invertido contigo), y ha sido genial. Ya irás leyendo cosillas en mi blog.

Un abrazo!!