Al levantarme casi piso un ciempiés. Lo hice poco después, pero ya con chanclas, aun temiendo por mi karma: igual en mi próxima vida me reencarno en uno de ésos. Enseguida fue rodeado por cientos de hormigas minúsculas, de las que Ania se encontró en su mochila, en la comida que le dio la madre de Kevin. Luego, al ir a quitar la mosquitera, de detrás del gancho salió una araña saltarina, nunca había visto tanta agilidad en estos bichos. Tras la ducha, el desayuno: arroz con coco rallado.
Cogemos un bus hasta el centro, todo el mundo nos mira. Nawaz se va a ver a un amigo suyo, nosotros a dar una vuelta por el mercado, pero luego resulta que nos encontramos a Nawaz en una peluquería, lo tomamos como excusa para hacer fotos, porque en el asiento de al lado hay un indio muy moreno con la cara cubierta por una máscara como de barro blanco, parece una calavera o un practicante o víctima de vudú. Mientras Ania ordeña un coco verde, un mendigo se nos acerca, pero no demasiado. Va con el torso desnudo, del cuerpo le salen asquerosos bultos del tamaño de un puño, la espalda le cuelga como cuelgan las barrigas de los obesos más obesos, se le derrama, tiene la piel como la de un animal, me parece que es un caso de elefantiasis, pobre hombre, aparto la mirada, me da tanto asco que estoy dispuesto a salir corriendo como dé un paso más. Lo sabe y no lo hace. Qué horror, pobre hombre... En una calle lateral, un grupo de obreros que estaban trabajando empieza a posar para nosotros, se les da muy bien. Seguimos paseando entre casitas bajas y palmeras, sin mucha convicción, no me encuentro a gusto con ella, andamos juntos, pero nuestras cabezas van por separado. Volvemos a la calle principal. En un callejón, un anciano está acuclillado bajo un letrero pintado en la pared. Me gusta la luz y la perspectiva, le pido permiso para hacerle una foto, no acaba de entenderlo, pero parece que acepta. Enseguida se me acerca un tipo y me dice que eso no está bien. ¿El qué? Hacerle fotos a ese señor. ¿Por qué? Porque es un pobre. ¿Y qué? Que a los pobres no se les puede hacer fotos. Pero, vamos a ver, ¿por qué?, pregunto, esperándome un discurso sobre la dignidad de las personas. Porque esas fotos te las vas a llevar a tu país y la gente se va a creer que India es esto. Bueno, es que India también es esto... De todas formas, a mi juicio la foto no refleja pobreza ni nada, no se ve que el hombre esté en especialmente malas condiciones, al contrario, para mí es un anciano descansando tranquilamente en un escenario con un bonito juego de luces y colores. Cuando hay imágenes que cuestionan la dignidad de las personas, nunca saco fotos, es más, escondo o bajo la cámara para que nadie se mosquee. Pero esa sensibilidad sobre la imagen que de un país pueden dar las fotos ya la había visto en cierta ocasión en Serbia.
Paseamos un poquito más. Ante una puerta de madera pintada de azul, está acuclillado un indio de ojos también azules y rasgos bonitos. Le convenzo para que pose un poco para mí, aunque la multitud que inmediatamente se junta a nuestro alrededor me lo dificulta. Ania se bebe otro coco, yo también me dejo tentar. Al ir a cruzar la calle al estilo indio, un guardia de tráfico nos empieza a pitar y, con la mano, nos manda volver atrás y cruzar por otro lado. Acto seguido, para el tráfico sólo para nosotros, cuando llegamos a la mediana me da la mano y nos pregunta de dónde somos, y luego para los coches del otro lado para que crucemos tranquilamente. Muy amable por su parte, pero a mí me gusta el puntillo de adrenalina que da cruzar a lo indio. Consigo meterme en internet hora y pico, hasta que llega la hora de volver a casa a ducharnos.
En casa nadie tiene hambre, todos han comido ya, pero hay sobras: arroz, flor de banano (!!!!), una verdura que no sé cómo se llama, pero que en su versión cruda es preciosa, de color amarillo verdoso o verde amarillento con forma de ciruela alargada con la piel erizada en pinchos que no pinchan, dhal (o sea, lentejas), pescado frito, pescado en salsa, piña... Me lo zampo todo.
Cogemos el coche, nos han invitado a casa de unos familiares, nunca entiendo muy bien las relaciones de parentesco, todo son primos. Por el camino, justamente hoy, hay una luz fantástica, el paisaje es precioso, el Brahmaputra forma una especie de albufera, me habría bajado a hacer fotos. Como de costumbre, la familia casi no se sienta con nosotros, pero nos traen chai, fruta de su propia cosecha y dulces. O sea, que hemos ido hasta allí para que nos den de merendar. Nawaz nos saca a ver la aldea. A lo lejos se oyen gritos, cada vez más altos, es una multitud enfervorecida. Descubrimos un campo de fútbol, las porterías están hechas con troncos, pero tienen red, el árbitro justo acaba de pitar el final del partido, pero habrá penaltis, es la final de no sé qué liga, pero debe de ser importante, porque hay varios cientos de personas, se meten en el campo, es increíble la variedad de colores de sus ropas, nada de vestirse con los colores del equipo, un tío, no sé si jugador o espectador, se enfrenta al árbitro, se lo llevan a rastras, al fondo las montañas, al otro lado la puesta de sol. En cuanto saco la cámara, me veo acorralado por más de cien personas, sudo e intento no dejar de sonreír, todos quieren salir en la foto. Ni siquiera los penaltis, que ya han empezado, consiguen librarme del todo. Me escabullo como puedo, diciendo que quiero ver el final del partido. Cuando llega Ania (y Nawaz, pero no cuenta) se vuelve a formar el corro, todos sacan el móvil y, sujetándolo como si fueran pistolas, le hacen fotos como en una rueda de prensa, todos quieren retratarse con ella, tenemos que salir de allí. Volvemos a la casa, nos hacemos la foto de familia, nos enteramos de que al menos dos personas son profesoras de inglés, últimamente no conocemos más que profesores de inglés, no entiendo por qué no hablan con nosotros. Aunque tengo una sospecha.
De vuelta a Guwahati, vamos a comprar especias. Luego volvemos a casa, los padres entran un momento, nosotros nos quedamos con Nawaz en el coche, entre campos desiertos, la noche negra, hablando de temas sobrenaturales (todo empezó por el tipo de la peluquería, el que parecía de vudú). Nawaz nos cuenta una historia impresionante que algún día me gustaría utilizar como base para un relato. El abuelo de Nawaz murió en circunstancias extrañas, el padre de Nawaz, que entonces tenía diez u once años, fue a ver a una mujer que era medio bruja, ésta le dijo que alguien le había echado mal de ojo, pero ella sabía deshacerlo para que no afectara a nadie más. Como pago, no para ella, sino para las fuerzas sobrenaturales que le ayudaban, pidió comida. Le trajeron leche y plátanos. Al cabo de un rato, viendo que la comida seguía intacta, Ramzan, el padre de Nawaz, la probó. La leche no sabía a nada. Los plátanos tampoco. Se habían llevado el sabor...
Nos llevan a casa de un antiguo profesor, creo que de ciencias sociales, de Nawaz. Nos recibe la familia en pleno: él, su mujer, que también es profesora, pero de inglés (y, a diferencia del resto de los que hemos conocido hasta ahora, lo habla bien y tiene formación pedagógica), la hija, que tiene unos 10 años y se llama Spandita, que significa "heartbeat" ("latido de corazón" suena fatal) y el hijo pequeño, de siete años, cuyo nombre no recuerdo, pero significaba "decoración luminosa", un nombre precioso, más una prima pobre que viene de no sé dónde y vive con ellos y hace las tareas de la casa. La prima nos trae chai, agua, zumo, dulces, frutos secos... Mientras tanto, en el salón tiene lugar un ritual de alabanza mutua (son los mejores padres, son los mejores alumnos, son los mejores profesores, son los mejores hijos) que culmina con una exhibición de talentos: Spandita toca el harmonium y canta canciones en hindi y en assamés y en inglés (la canción de Titanic), bastante bien, Decoración Luminosa también toca y canta algo, con mayor timidez, luego Spandita vuelve a escena y recita un poema en inglés (bastante bien), nos trae su cuaderno de dibujos (bastante buenos) e incluso un cuadro en el que, bastante bien, ha pintado el Titanic. Por lo visto también baila y gana concursos en el cole. Decoración Luminosa nos hace una demostración de tae kwon do que consiste en dar una patada al aire y luego salir corriendo a esconderse detrás de una cortina. Al fin y al cabo, ésa es la mejor táctica: golpear rápido y escapar.
Volvemos a casa. No puedo cenar, con tanto dulce lo único que tengo es sed.
domingo, 5 de julio de 2009
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