sábado, 4 de julio de 2009

Guwahati-Shillong, Shillong-Guwahati

Diana a las 5:30. Percibo que mi olor corporal a cambiado a causa de la dieta india, y no me gusta nada, pero nada. Los minutos indios se estiran, de modo que solo conseguimos salir de casa a las 7, cuando habiamos dicho que a las 6. Si lo llego a saber, me habria duchado. Mi colada de hace dos dias sigue sin estar seca. Para el desayuno, el padre de Nawaz nos abre sendos cocos verdes a machetazos y, con una pajita, nos bebemos el medio litro de agua que hay dentro. La madre nos trae rebanadas de pan de molde frito en mantequilla y espolvoreado con azucar. Por si nos faltaran las calorias.

Queremos coger el bus a Shillong, en el vecino estado de Meghalya, tambien perteneciente, al igual que Assam, a las llamadas "Seven Sisters", los siete estados del noreste indio, embutidos entre Bhutan, Bangla Desh y no se que mas, tendre que mirar el mapa, probablemente China. El padre de Nawaz nos lleva a la estacion. Alli, nos dejamos arrastrar por Nawaz como corderitos, sin fuerzas, sin saber muy bien lo que pasa. Resulta que nuestro bus se ha marchado, pero nos meten en otro que va a otro lado, pero pasa mas o menos por Shillong. Ania esta borde, se pelea absurdamente con Nawaz por una chorrada y luego conmigo por darle la razon a Nawaz. Asi que en el bus todos nos hacemos los dormidos.

A la hora de camino, en una cuesta, el bus se cala. Tres quejumbrosos intentos mas tarde, consigue arrancar de nuevo. En otra cuesta vuelve a pararse. Tras cinco o diez intentos, el motor ruge, pero apenas un segundo. En la cabina del conductor, la tapa abierta de la caja de cambios deja al desnudo un monton de valvulas y pistones (o algo que, por mi, bien podria llamarse asi; de mecanica no entiendo). Tras diez minutos de carraspeos, gargareos y tos seca, el motor se planta. El autobus esta lleno de humo negro. Dicen que van a mandar otro desde Guwahati.

Nos metemos en el primer dhaba (bar de carretera) que vemos. Yo me tomo un rico arroz con dhal picantito y judias verdes. Devoro con las manos, como todos los que me rodean, a pesar de que a mi me han traido una cucharilla. Fuera, un tipo panzon en gayumbos grisaceos que algun dia debieron de ser blancos se ducha con una manguera. Me tomo un par de tes que aqui llaman rojos, que no es mas que te solo, aderezado con azucar, jengibre y mas especias. Esta bueno. Total, 27 rupitas.

No sabemos cuando tardara en rescatarnos el bus suplente, asi que abordamos un Tata Sumo, un jeep que funciona como taxi colectivo. A la medida europea, supuestamente, de ocho o nueve plazas. Vamos trece personas: delante, el condu y dos pasajeros en un asiento ancho; en el medio, cinco personas (vale, una es un niho pequenho); atras, nosotros tres y el cazapasajeros-cobrador. Es decir, comodisimamente. En un adelantamiento en curva y cuesta arriba, nos abalanzamos contra otro jeep que viene de frente, ambos conductores se miran a los ojos y pisan el freno, nos quedamos a diez centimetros de la colision. Al separarnos, casi nos embiste otro jeep que viene por detras.

Paramos para ir al banho y tomar un chai. En las paredes del dhaba cuelgan cuadros con pastelosas imagenes de Jesus al lado de imagenes de algun guru. Los misioneros han cristianizado a las tribus de por aqui. Una guapa teniente de rasgos orientales y gesto de pocos amigos engulle enfrente de mi un chapati, con la metralleta descansando en las rodillas. No me atrevo a dispararle una foto, por si acaso. A la salida, una mujer atibetanada de frente profundamente arada por las arrugas escupe a la tierra una bocanada de saliva roja de betel. En un panhuelo lleva un bebe como si fuera una mochila. O es su abuela, o esta muy estropeada por el tiempo.

Arrancamos. Reviso las fotos que he hecho. El cazapasajeros se pone las gafas doradas para ver mejor por encima de mi hombro. Cuando lo miro, me descubre en una sonrisa su dentadura perfectamente negra.

Hora y pico despues, podemos desenlatarnos. Shillong: hay un lago que acabamos de dejar atras, colinas sembradas de construcciones apinhadas que a mis ojos europeos aparecen como chabolas, erroneamente, ropa de colores chillones tendida por todas partes, en muros, vallas, cuerdas, y mucha vegetacion verde. Shillong: yo diria que 47% india, 35% japonesa, 12% europea y el resto, vaya uno a saber. Relativamente limpia y ordenada. Mucha gente de rasgos achinados o mongoloides. Entre los jovenes, muchos vaqueros holgados, camisetas por fuera, tenis de patinero. Veo unos cuantos nu-metaleros, uno incluso me recuerda al cantante de Deftones, que se llama nada mas y nada menos que Chino Moreno. Veo un taxi negro y amarillo, como los de Barcelona, pero reducido (Maruti Suzuki 800) con una gran pegata de Metallica en el parabrisas. Y parejas jovenes y no tan jovenes paseando de la mano, tan tranquilas.

Pillamos un taxi amarillo y negro. Aqui no hay rikshas, dice Nawaz que por el relieve de la zona. Salimos de la ciudad y subimos hasta un mirador que se encuentra dentro de una base militar, pero la vista la tapan los arboles. El cielo nublado da una luz dispersa horrible para hacer fotos. Luego vamos a ver unas cascadas no muy altas, pero con mucho caudal de agua, y no me extranha, con lo que esta lloviendo ultimamente. El camino me recuerda la imagen imaginaria que tengo de Vietnam (aunque, en lo que a vegetacion se refiere, algunas partes podrian ser Galicia): un verde exhuberante, musgos brillantes, helechos como penachos, eucaliptos... gente de piel oscura y rasgos orientales envuelta en mantas de cuadros, hombres de bigote acarrean al lomo grandes cestas conicas sujetas a la frente mediante una tira de tela y llenas de mazorcas de maiz que, ya en la cumbre, las mujeres asaran en las brasas y venderan a los visitantes, todos indios menos nosotros. Arriba hace frio y llovizna. Nawaz y yo llevamos jersey. Ania, camiseta de manga larga, forro polar y chubasquero.

A la bajada, damos un paseito por la ciudad, nos metemos por callejuelas, hablamos con los vendedores, hacemos fotos, llamamos la atencion. A Nawaz le duele la cabeza. Vamos a la estacion, pero el ultimo bus era a las 4, son y cuarto, asi que comemos tranquilamente en un restaurante bengali. Me encanta comer con las manos, tal vez sea un disfrute infantil de la comida, segun Nawaz eso solo se hace en el este y el sur de la India, mientras que en el norte esta mal visto, probablemente porque alli no comen tanto arroz y no necesitan mezclarlo con el resto de la comida, sino que usan el chapati (pan plano y redondo) para cogerla.

Vamos a coger un Tata Sumo. Somos los primeros, pero se llena en veinte minutos. Me sorprende que las dos mujeres que han acompanhado a dos adolescentes hasta alli los besan en ambas mejillas para despedirlos. Por momentos tengo la sensacion de estar en otro pais, aun mas exotico.

Arrancamos. El camino se nos hace larguisimo, vamos embutidos, ensardinados, apenas nos caben las rodillas y los hombros, hay que turnarse para estirar alguna parte del cuerpo, se nos duermen las nalgas. Otra vez hace calor, por las ventanillas nos inunda el humo de los camiones y autobuses, circulamos a traves de una niebla apestosa, blancuzca, grisacea, negra, que dispersa la luz de los faros de todos los vehiculos para conferir mayor irrealidad a las escenas. Entre frenazos y acelerones, todos tenemos ganas de vomitar, sobre todo Ania. Intentamos matar el tiempo conversando, llegamos a la conclusion de que existen grandes similitudes entre Espanha e India: territorios con identidad historica y linguistica propias que conviven, no siempre pacificamente, dentro de un estado. Llegamos a Guwahati sudados y entumecidos, pero sin mas percances.

En el centro cogemos un bus urbano. Toda una experiencia para nosotros. Yo consigo sentarme atras, en el centro, Ania prefiere ir de pie para disfrutar mas. La puerta de atras no se cierra. El revisor nos cobra seis por cabeza. En cada parada sube mas gente. Cada vez que alguien quiere poner el pie en el suelo, la mano en la barra o donde sea, aquello parece el Enredos. Yo creo que hay algunos que levitan, porque si no, no se como caben. Desde mi sitio no alcanzo a ver no ya la cabina, sino la mitad del vehiculo, solo cabezas y cabezas. De la puerta cuelga ya un racimo de gente, se agarran como pueden, a algun saliente del bus o a alguna otra persona, mientras con la mano que les queda libre pagan puntualmente el billete. Unos suben, otros bajan, sin que el autobus llegue nunca a pararse por completo. En una parada de repente somos victimas de un abordaje. De un salto irrumpen cuatro o cinco personas, mientras otras se abalanzan sobre la escalerilla de atras y trepan al techo. De pronto oigo unos estampidos tremendos que me obligan a taparme los oidos. Un pasajero aporrea el techo con la palma de la mano. Es el timbre: quiere bajarse, para lo cual ha de abrirse paso entre los que bloquean la salida. Desde fuera, alguien golpea tambien la carroceria: es la senhal del revisor de que aun esta cobrando y no se puede arrancar.

Veinte o treinta minutos despues, nos bajamos en una rotonda a oscuras, atravesarla en plena noche cerrada mientras nos deslumbran los camiones que vienen de todas partes, pues carriles no hay, es toda una hazanha. Dos quilometros de camino a casa, esquivando de tanto en tanto minas vacunas que apenas se vislumbran en la oscuridad, pero que detecto por el olfato. Veo un par de luciernagas. Ya en casa, me ducho y me atrinchero lo antes posible bajo mi mosquitera. No tengo hambre. Me pongo a escribir. A falta de agua mineral, que se nos ha olvidado comprar, bebo la filtrada que beben ellos. Un mosquito infiltrado muere aplastado entre mi mano y mi brazo. Alguno ha debido de pasarseme, porque por la noche algo me pica.

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