Pues nada, se acabó el viaje. Y así ha de ser. Estaba planeado para tres semanas y pico y ése es el ritmo que ha llevado. No se me ha hecho largo, como el primero, ni tampoco me he quedado con ganas de más. Me gustaría volver en otra ocasión, pero ya con la intención de quedarme como mínimo tres o cuatro meses, quizá más, para viajar sin prisa y perderme por esos rincones tan interesantes que nos hemos quedado sin ver. Por ejemplo, Ladakh. No me importaría pasar una temporada trabajando, he visto que hay posibilidades de dar clase de inglés en algunos sitios, quizás también de español. Unos amigos de Devesh trabajan para la Cruz Roja, tampoco sería mala opción...
El viaje ha estado bien. No sólo ha servido de desconexión y entretenimiento vacacional, sino que ha cumplido su propósito principal, que era modificar la impresión más bien negativa de mi primera estancia en India. Al evitar el circuito turístico hemos podido disfrutar de un contacto mucho más auténtico con los indios, que fue justamente lo que eché en falta la otra vez, cuando para mí es lo más importante. Además, hemos conocido a gente de diversos estados (al menos cuatro), lenguas maternas (al menos ocho) y religiones (como mínimo cinco: hindúes, musulmanes, sikhs, algún cristiano y un bahaíta disfrazado de sikh).
Hemos tenido suerte, todo ha ido sobre ruedas y no hemos sufrido ningún percance, apenas hemos tenido experiencias negativas. Lo único que no me permite estar totalmente satisfecho es la tensión que ha habido entre mi compañera de viaje y yo, inexplicable, pero palpable. De hecho, varias veces me planteé tirar por mi camino, pero siempre había alguna razón para no hacerlo. Eso me ha fastidiado bastante. También es verdad que ha habido momentos muy buenos, con el punto culminante en Amritsar, tras la aventura de Wagah Border.
Aparte de unas cuantas camisas, dos pantalones, dos escudillas metálicas y un montón de especias, me traigo buenos recuerdos de gente majísima, de conocidos hospitalarios y desconocidos serviciales y desinteresados; atisbos de comprensión de algunos aspectos de la cultura india; y, creo, unas cuantas fotos buenas, que para mí es algo importante.
Gracias a los que me habéis acompañado virtualmente a lo largo de este viaje. Este diario no termina aquí, todavía hay entradas que no he podido escribir (sobre todo las del comienzo) y reflexiones que no me ha dado tiempo a plasmar. Lo haré, pero no sé cuándo. En cuatro horas empiezo otro viaje, del que espero poder también mandar noticias. Ahora va siendo hora de dormir.
viernes, 10 de julio de 2009
martes, 7 de julio de 2009
Solito por Delhi
No se por que, pero, al igual que a la llegada, en casa de Devesh apenas conseguimos pegar ojo. No conseguimos que el air-cooler enfrie, nos habria venido bien el manual de instrucciones. Mi cabeza da tantas vueltas como yo en la cama. Pienso en dedicarme a algo relacionado con los viajes: escribir articulos, trabajar para la Cruz Roja... Me muero de sed, el litro de agua que me bebi por la noche no basta para digerir el palak paneer.
A las cinco y poco suena el despertador. Ania se levanta, la acompanho abajo a coger la autorriksha a la estacion, hoy se va a Agra a ver el Taj Mahal. Subo, me peleo un rato en el banho con la cena de anoche y en estas llega Devesh, recien vuelto de Nepal. Que majo es. Hoy no me puede hacer companhia, tiene curro atrasado.
Autorriksha hasta la Embajada de Espanha. En el control de pasaportes a la venida, la cubierta del mio quedo pendiente de un hilo, la pegue con superglu, pero me quedo un poco chapucero, llame por telefono y me aconsejaron que me presentara a por un certificado de que mi pasaporte, aunque pueda parecerlo, no esta falsificado. Dentro esperan unas cuantas personas que han tenido problemas mas serios que yo. Me atienden rapido. Salgo antes de las 10.
Encontrar transporte por la zona embajadorial no es tan sencillo, son calles anchas, las rikshas pasan a lo lejos y todas llenas. Alguien me dice que bus debo coger para llegar a Jama Masjid, lo que no me explica es donde esta la parada. Un policia me ayuda: se planta en medio del carril cual suicida y le hace senhas al bus de que pare a un lado. Me subo, ni me da tiempo a darle las gracias. Dentro todos me miran. Hasta Jama Masjid se tarda casi media horeja. Son siete rupitas.
Me bajo cerca de Jama Masjid, la mezquita principal, uno de los lugares donde mejor me senti en Delhi hace dos anhos. Me oriento por las cupulas. Atravieso una especie de explanada que debio de ser preciosa, un camino de cemento pintado de azul, en el que cada cierto tiempo aparece una pequenha piscina en forma de estrella, son fuentes, pero en vez de agua dentro hay gente sentada, familias enteras, sacos, lienzos, trastos, incluso una cicloriksha. Bajo los arboles dormita gente sucia y harapienta. Mucha miseria. Toldos de lona o de plastico sujetos por cuatro palos. Sentados en el suelo y protegidos por sendos paraguas, dos tipos venden frutos secos amontonados en cestas. Los miro y me piden que les haga una foto, aunque ni siquiera llevo la camara a la vista. Insisten, asi que la saco. En esto estoy, cuando un viejo que viene por detras con una especie de odre de agua a cuestas, choca conmigo y me suelta parte del contenido sobre la mochila, creo que aposta. Lo miro con furia, mientras los de los frutos secos se rien. Viene otro tipo y me dice algo de malas maneras, lo mando a tomar el fresco, a pesar de que (no se por que) se lo he dicho en polaco, me entiende perfectamente, me amenaza, noto cierto movimiento de gente en mi direccion, asi que opto por pirarme de alli cuanto antes, me siguen tres tipos, doy media vuelta y les planto cara, pero pasan de largo. Estoy ya a la puerta de Jama Masjid. A la puerta, dos policias, hombre y mujer, y un arco detector de metales.
Es una puerta lateral, no la principal, pero la escalinata se parece mucho a la que ya conozco, quiza un poco mas pequenha y mas desierta, pero impresiona. Un tipo viene y me dice que con pantalon corto no se puede entrar. Eso ya lo sabia, pero hoy, ultimo dia en India, me apetecia ponermelo, despues de haberlo cargado en la mochila todo el viaje para no usarlo mas que en Chandigarh. El tipo me dice que "por trescientas o cuatrocientas rupees only" puedo comprarme una kurta y pijama (la camisa larga y los pantalones, efectivamente parecidos a los de un pijama, que llevan los musulmanes), o "por quinietas rupees only" si es de mejor calidad. Ni de conha. Luego me quiere llevar a ver no se que templo hindu, otro jainita y, si le entiendo bien, otro cristiano. Me libro de el como puedo y me voy a la entrada principal.
Paso por el detector de metales, todo pita, pero a los polis (tambien hombre y mujer), les da lo mismo. Los miro, me miran. Saco algunas fotillos, que bonita es la escalinata, subo, a la puerta me mandan quitarme los tenis (recuerdo la otra vez, nos negamos a dejarlos alli y los metimos en la mochila, hay que tener en cuenta que era el primer dia de viaje de la primera vez en la India) y, al igual que hace dos anhos, me anudan a la cintura un mantel sucio, que ahora se que se llama lungi (al menos cuando no esta sucio), y me hacen pagar ni mas ni menos que doscientas rupees only por la camara. Estoy empezando a pensar que el nombre oficial de la moneda india es "rupee only", nombre y apellido, hasta esta escrito en las entradas de diversos lugares.
La mezquita es de piedra rojiza y ocupa un espacio enorme. En el patio, dicen, caben hasta veinticinco mil personas, no en vano es la principal mezquita de la India. Las losas queman bajo el sol y estan llenas de cagadas palomiles, menos mal que no me he quitado los calcetines. Rodean el patio arcadas, bajo las cuales descansan familias enteras, mucha gente duerme sobre la piedra. En tres de sus lados, puertas con arcos, columnas, cupulas. En el lado restante, una exquisita construccion coronada por cupulas puntiagudas de marmol y ornamentada con inscripciones del Coran (supongo), en cuyo interior rezan algunos fieles. Veo los primeros turistas en bastante tiempo, todavia tienen la piel lechosa, se ve que acaban de llegar, caminan como perdidos, sonrien timidamente y les han puesto manteles todavia mas feos que el mio, por no hablar del trapo de lunares con el que han envuelto a las tias. Llamo la atencion, se me acerca alguna gente a hablarme, algunos me piden fotos, yo se las pido a otros, unos se me pegan y no paran de darme la chapa, quieren que les invite a tomar algo, luego se burlan de mi. Toda la agresividad y desagrabilidad que no he vivido a lo largo de este viaje, parece que me la estoy encontrando hoy, justamente el ultimo dia, cuando mas tranquilo iba. Decido practicar un poco mi deporte favorito, el towering, y subirme al minarete, desde donde dicen que hay unas vistas espectaculares de Delhi. Por cien rupees only. Para los indios, veinte. Un padre sin ganas de subir me encomienda a un chaval como de diez anhos, no se si para que se lo cuide o para que el cuide de mi. La escalera de caracol es tan estrecha que no caben dos personas, cuando una sube y otra baja hay que apretarse y pasar rozandose. Cuesta subir los escalones, no se como el ninho lo consigue, le llegan por encima de la rodilla, pero va mas rapido que yo. Arriba, efectivamente, una vista espectacular, sobre todo de la espectacular contaminacion que cubre la ciudad. Molan las casitas cuadradas, apinhadas, como si la ciudad fuera una pantalla pixelada de colores. Bajo y agoto mis ultimas fotos retratando a la gente que hace sus abluciones en la fuente del patio. Luego me siento en una de las galerias bajo los arcos, cierro un rato los ojos, pero noto que mi presencia turba la paz y a mi me turban las miradas fijas. A la salida, me piden diez rubias por alquiler de lungi y otras tantas por cuidado de zapatos.
Salgo, decidido a pasear tranquilamente por Chandni Chowk, el mercado que hay a los pies de Jama Masjid, se me acerca un ciclorikshero que antes me habia ofrecido sus servicios. Es mayor, pero habla bastante bien ingles, me sorprende su acento. Quiere llevarme por ahi, ensenharme callejas de Old Delhi, pero yo no quiero, quiero andar, no necesito una riksha, el sigue hablando conmigo, aunque yo no le doy mucha cancha, me acompanha un trecho, ya no insiste en llevarme, me indica como llegar a donde yo quiero, le pregunto por algun restaurante, dice que de que tipo, me recomienda uno que esta ahi al lado, le pregunto por que habla tan bien ingles, estuvo trabajando en Calcuta con la Madre Teresa muchos anhos, pero no sabe leer ni escribir, aunque otra gente lee y escribe pero no sabe hablar, me cae bien, le invito a comer, cada uno un thali (dhal, shahi paneer, raita y un par de stuffed parantha), total 70. Se ve que tenia hambre.
El rikshero se llama Sunny ("like the sun"), tiene sesenta anhos, la piel muy oscura ("todos creen que soy del sur del pais") en un bonito contraste con el pelo gris o blanco brillante, los pomulos muy marcados en una cara flaca, y unos ojos brillantes que parecen buenos. Es pequenhito y flaco y un poco encorvado. Me cuenta su historia. Nació en Bihar y vive en las afueras de Delhi, alli tiene su mujer y sus no se cuantos hijos e hijas, casi todos casados, tiene tambien cuatro nietos, sonrie cuando le digo que es abuelo. Pero sus hijos no quieren trabajar, han salido vagos, no traen dinero a casa. Y el ultimamente tampoco gana nada, no hay trabajo, "los indios tampoco salen de casa porque hace demasiado calor". Lleva cinco dias sin volver a su casa, durmiendo en la riksha, que no es suya. Cada dia paga cincuenta rupias de alquiler. El otro dia, mientras dormia, le rajaron el bolsillo donde tenia seiscientas rupias. Me ensenha el tajo. Debe de ser una práctica habitual, porque es la segunda vez que le pasa. Me entra rabia, como se puede robar a quien no tiene nada. Todavia no puede volver a casa. Una vez le robaron la riksha, que tampoco era suya, y tuvo que pagarle al duenho lo que le pidio, siete mil rupias. Todo por no tener una cadena con que atarla. Las rikshas nuevas cuestan nueve mil, ahora es que las hacen con capota; las de segunda mano, cuatro mil. Le gustaria tener una propia, aunque no sabe cuanto tiempo mas podra trabajar, esta sano, pero es mayor. No sabe que sera de el y de su familia. Tiene muchos amigos por todo el mundo: americanos, suizos, alemanes, franceses, italianos, suecos... Una vez, uno de sus amigos, no recuerdo de donde, le llevo a un garaje de rikshas de segunda mano y le compro una. Pero una vez que su hijo se puso enfermo, tuvo que venderla para pagarle el hospital. Ahora esta ahorrando. Me ensenha su riksha, que no es suya. Le doy una camiseta negra que llevaba justamente para darsela a alguien, era una de mis favoritas, pero ya no me la voy a poner porque el dibujo se esta desprendiendo y queda feo. A el no creo que le importe. Me cae bien ese hombre, me gusta su cara, a pesar de los dientes estropeados por el tabaco de mascar y el betel. Le hago un par de retratos, con mi camara que cuesta mas que todas las rikshas que hay alli juntas. Acuden otros riksheros y personajes de los alrededores. Le pido que me lleve al metro, solo para escaparnos de alli. Por el camino, sigue contandome su historia. Lo hace sin teatro, sin pena, sin dolor. Es su historia. Cuando era pequenho, mendigaba en las calles, con su madre y sus hermanos, vivian en la acera, bajo algun toldo. Un americano que tenía diez coches se interesó por ellos, cada semana les daba quinientas rupias para comer, quiso meter a Sunny en la escuela, pero la madre temió que se lo llevase a América y se escapó del pueblo con toda la prole. Al cabo de un tiempo volvió, y el americano le compró a Sunny varios pantalones y camisas y una corbatita roja y lo metió en un internado donde tenía cama y comida. Pero luego no sé qué pasó que el americano desapareció y no hubo quien pagara el internado. Llegamos al metro, me bajo y le pregunto cuanto es. Dice que nada. Es justo la prueba que me hacía falta, aunque quizá no debería haberme hecho falta ninguna. Le doy discretamente quinientas rupias. Su cara se ilumina, se me queda mirando fijamente, balbucea "thank you, sir..., thank you...". Le digo que me espere un momento. Voy a comprar un par de refrescos, ese hombre necesita hidratacion y azucar para pedalear con el calor que hace. Mientras tanto, compruebo cuánto dinero me queda. Al volver con medio litro de pepsi, me lo encuentro llorando. Con la botella le doy otro billete de quinientas, bien doblado. Llora silenciosamente, dice que Dios lo ve todo y que, por eso, cuando uno hace el bien, le llega el bien, y que él es un hombre con suerte, porque siempre se topa con gente buena que le ayuda, yo le digo que yo no soy bueno, que soy normal, no le digo que en el fondo temo estar comprando una tregua de mi conciencia, le pongo la mano en el hombro, me falta poco para llorar a mí también. Guarda la botella de pepsi en un cajoncito bajo el asiento de la riksha, se la dará a su hijo. Vamos a comprar una cadena y un candado para que no le vuelvan a robar la calesita, porque si tiene que andar pagando, nunca tendrá una propia. Comprueba la solidez de la cadena y me dice el precio, por si me parece bien. Por noventa rupias tenemos sistema de seguridad. Por noventa rupias se hubiera evitado tener que gastar siete mil... Y pensar que yo siempre había evitado tomar las ciclorrikshas porque me parecía un esfuerzo inhumano, pero es que de ese esfuerzo depende su vida infrahumana. Infrahumana en las condiciones, humana en los sentimientos.
Insiste en que quiere enseñarme las callejuelas de Old Delhi. Por qué no, me apetece estar con él, quién sabe cuántos momentos así se podrá permitir, el pan de hoy ya se lo ha ganado y, de todas formas, parece ser que no hay muchos clientes. Va a aparcar donde están el resto de los riksheros de Chandni Chowk. Echamos a andar, adentrándonos por las calles laterales donde, nerviosos, nos metimos mi hermana y yo hace casi dos años, nuestro primer día en la India, mientras el resto del grupo se quedaba en la calle principal sin atreverse a entrar. Pero no se lo digo, le dejo que me haga de guía, me gusta volver a estar allí, la perspectiva es totalmente diferente y, sin embargo, recuerdo la excitación de aquella tarde. Me señala un portal y me dice que entre a hacer fotos, es como si hubiera adivinado mi gusto: la entrada en sombra, un arco pintado de celeste y, al fondo, un patio soleado con ropa de colores tendida. Sonríe. Luego me enseña un templo jainita, horteramente bello, una lástima que no dejen sacar fotos. Nos tomamos un gulab jamun cada uno de postre. Paseamos un poco más. Conoce muy bien esas calles, al fin y al cabo, aparte de Bihar, su lugar natal, en su vida no ha visto más que Calcuta y Delhi. Y un poquito de Nepal, en el que tal vez sea el único viaje como tal que ha hecho. Me acompaña hasta el metro, nos tomamos una limonada, que es buena para el "estógamo" ("it's good for your tomach", dice) y nos despedimos. Me da la mano. Yo le habría dado un abrazo, sobre todo si estuviera un pelín menos sucio, pero me temo que no hubiera sido apropiado. Si alguna vez vuelvo a pasar por Chandni Chowk, lo buscaré. Sunny... ojalá le vaya bien, whatever that means.
El metro de Delhi es moderno y tiene tres líneas. Al entrar te hacen subirte a un escalón para cachearte y pasan tu equipaje por rayos. No sé cómo lo harán en las horas punta. Cojo la línea amarilla hasta Rajiv Chowk. El vagón es ancho y fresco, la variedad de los pasajeros cabe en la de la India, no hay, ni por asomo, tantos extranjeros como en Madrid o en Londres, es decir, no veo a ninguno aparte de mí. Busco el trasbordo a la línea azul. Llega el tren hasta los topes y los pasajeros se desbordan como por las compuertas de una presa, empujándose, pisoteándose, aplastándose, arrollando a los que esperan en el andén, algunos de los cuales, como peces contra un tsunami, intentan subir al mismo tiempo. Por suerte el vagón queda casi vacío. Ya en Yamuna Bank cojo una autorriksha para completar el trayecto, pero al minuto de trayecto el tipo se para a un lado y desaparece veinte minutos, yo estoy tentado de ponerme al volante (mejor dicho, al manillar), luego me explica por señas que se ha ido a dar prashad, comida bendecida, a no sé qué dios; a juzgar por las migajas dulces que aún rebaña con la lengua, deben de haber comido juntos.
Ya cerca de casa de Devesh, me meto en el cíber, porque me apetece escribir un rato. A las dos horas, se va la luz. Por suerte disponen de un generador que aguanta la corriente cinco minutos más, así que me da tiempo a grabar lo escrito. Vuelvo a casa, Devesh acaba de levantarse, me pego una ducha, porque estoy todo sudado, y entablamos una interesante conversación llena de confesiones culturales y personales. Luego, mientras Devesh se ducha, sigo escribiendo, dispuesto a terminar el capítulo, tan inspirado estoy que se me olvida grabar cada cierto tiempo, craso error tratándose de la India, pues, evidentemente, al rato se vuelve a ir la luz. Siento una curiosa mezcla de cabreo y resignación. Al dejar de funcionar el ventilador y el air-cooler, el calor se hace sentir con toda su fuerza. En cuestión de segundos, a pesar de estar recién salidos de la ducha y medio desnudos, chorreamos sudor, nuestros cuerpos brillan como luchadores aceitados. Se hace de noche y yo tengo que hacer la mochila a la luz de dos velas y mi móvil. Llamamos al telecurry para que nos traigan la cena, que engullimos románticamente a la luz de las velas en el balcón, donde al menos se insinúa una leve brisa. Se hace tarde, termino de hacer el equipaje, vuelve la luz y bajamos.
Conmigo escondido tras la verja, Devesh me negocia una autorriksha al aeropuerto por 250. Salgo, monto, son más de veinte quilómetros, en algunos tramos (sólo en algunos) alcanzamos velocidades de las que no creía capaz a un triciclo de éstos, sesenta, tal vez ochenta por hora, pero metido en una lata con ruedas que tiembla y da respingos todo el tiempo y es adelantada por coches y jeeps a menos de cinco centímetros, uno se siente muy vulnerable. A pesar de ello, estoy tan cansado que voy dando cabezadas, empiezo a soñar con visiones de la India, pero antes de que el argumento tenga tiempo de desarrollarse, siempre hay un bache que me despierta violentamente, la lata cruje y temo por mi integridad física y la de mi equipaje. El trayecto dura cosa de una hora, pero se me hace eterno.
Mi vuelo es a las 00:40. En el avión conseguiré dormir.
A las cinco y poco suena el despertador. Ania se levanta, la acompanho abajo a coger la autorriksha a la estacion, hoy se va a Agra a ver el Taj Mahal. Subo, me peleo un rato en el banho con la cena de anoche y en estas llega Devesh, recien vuelto de Nepal. Que majo es. Hoy no me puede hacer companhia, tiene curro atrasado.
Autorriksha hasta la Embajada de Espanha. En el control de pasaportes a la venida, la cubierta del mio quedo pendiente de un hilo, la pegue con superglu, pero me quedo un poco chapucero, llame por telefono y me aconsejaron que me presentara a por un certificado de que mi pasaporte, aunque pueda parecerlo, no esta falsificado. Dentro esperan unas cuantas personas que han tenido problemas mas serios que yo. Me atienden rapido. Salgo antes de las 10.
Encontrar transporte por la zona embajadorial no es tan sencillo, son calles anchas, las rikshas pasan a lo lejos y todas llenas. Alguien me dice que bus debo coger para llegar a Jama Masjid, lo que no me explica es donde esta la parada. Un policia me ayuda: se planta en medio del carril cual suicida y le hace senhas al bus de que pare a un lado. Me subo, ni me da tiempo a darle las gracias. Dentro todos me miran. Hasta Jama Masjid se tarda casi media horeja. Son siete rupitas.
Me bajo cerca de Jama Masjid, la mezquita principal, uno de los lugares donde mejor me senti en Delhi hace dos anhos. Me oriento por las cupulas. Atravieso una especie de explanada que debio de ser preciosa, un camino de cemento pintado de azul, en el que cada cierto tiempo aparece una pequenha piscina en forma de estrella, son fuentes, pero en vez de agua dentro hay gente sentada, familias enteras, sacos, lienzos, trastos, incluso una cicloriksha. Bajo los arboles dormita gente sucia y harapienta. Mucha miseria. Toldos de lona o de plastico sujetos por cuatro palos. Sentados en el suelo y protegidos por sendos paraguas, dos tipos venden frutos secos amontonados en cestas. Los miro y me piden que les haga una foto, aunque ni siquiera llevo la camara a la vista. Insisten, asi que la saco. En esto estoy, cuando un viejo que viene por detras con una especie de odre de agua a cuestas, choca conmigo y me suelta parte del contenido sobre la mochila, creo que aposta. Lo miro con furia, mientras los de los frutos secos se rien. Viene otro tipo y me dice algo de malas maneras, lo mando a tomar el fresco, a pesar de que (no se por que) se lo he dicho en polaco, me entiende perfectamente, me amenaza, noto cierto movimiento de gente en mi direccion, asi que opto por pirarme de alli cuanto antes, me siguen tres tipos, doy media vuelta y les planto cara, pero pasan de largo. Estoy ya a la puerta de Jama Masjid. A la puerta, dos policias, hombre y mujer, y un arco detector de metales.
Es una puerta lateral, no la principal, pero la escalinata se parece mucho a la que ya conozco, quiza un poco mas pequenha y mas desierta, pero impresiona. Un tipo viene y me dice que con pantalon corto no se puede entrar. Eso ya lo sabia, pero hoy, ultimo dia en India, me apetecia ponermelo, despues de haberlo cargado en la mochila todo el viaje para no usarlo mas que en Chandigarh. El tipo me dice que "por trescientas o cuatrocientas rupees only" puedo comprarme una kurta y pijama (la camisa larga y los pantalones, efectivamente parecidos a los de un pijama, que llevan los musulmanes), o "por quinietas rupees only" si es de mejor calidad. Ni de conha. Luego me quiere llevar a ver no se que templo hindu, otro jainita y, si le entiendo bien, otro cristiano. Me libro de el como puedo y me voy a la entrada principal.
Paso por el detector de metales, todo pita, pero a los polis (tambien hombre y mujer), les da lo mismo. Los miro, me miran. Saco algunas fotillos, que bonita es la escalinata, subo, a la puerta me mandan quitarme los tenis (recuerdo la otra vez, nos negamos a dejarlos alli y los metimos en la mochila, hay que tener en cuenta que era el primer dia de viaje de la primera vez en la India) y, al igual que hace dos anhos, me anudan a la cintura un mantel sucio, que ahora se que se llama lungi (al menos cuando no esta sucio), y me hacen pagar ni mas ni menos que doscientas rupees only por la camara. Estoy empezando a pensar que el nombre oficial de la moneda india es "rupee only", nombre y apellido, hasta esta escrito en las entradas de diversos lugares.
La mezquita es de piedra rojiza y ocupa un espacio enorme. En el patio, dicen, caben hasta veinticinco mil personas, no en vano es la principal mezquita de la India. Las losas queman bajo el sol y estan llenas de cagadas palomiles, menos mal que no me he quitado los calcetines. Rodean el patio arcadas, bajo las cuales descansan familias enteras, mucha gente duerme sobre la piedra. En tres de sus lados, puertas con arcos, columnas, cupulas. En el lado restante, una exquisita construccion coronada por cupulas puntiagudas de marmol y ornamentada con inscripciones del Coran (supongo), en cuyo interior rezan algunos fieles. Veo los primeros turistas en bastante tiempo, todavia tienen la piel lechosa, se ve que acaban de llegar, caminan como perdidos, sonrien timidamente y les han puesto manteles todavia mas feos que el mio, por no hablar del trapo de lunares con el que han envuelto a las tias. Llamo la atencion, se me acerca alguna gente a hablarme, algunos me piden fotos, yo se las pido a otros, unos se me pegan y no paran de darme la chapa, quieren que les invite a tomar algo, luego se burlan de mi. Toda la agresividad y desagrabilidad que no he vivido a lo largo de este viaje, parece que me la estoy encontrando hoy, justamente el ultimo dia, cuando mas tranquilo iba. Decido practicar un poco mi deporte favorito, el towering, y subirme al minarete, desde donde dicen que hay unas vistas espectaculares de Delhi. Por cien rupees only. Para los indios, veinte. Un padre sin ganas de subir me encomienda a un chaval como de diez anhos, no se si para que se lo cuide o para que el cuide de mi. La escalera de caracol es tan estrecha que no caben dos personas, cuando una sube y otra baja hay que apretarse y pasar rozandose. Cuesta subir los escalones, no se como el ninho lo consigue, le llegan por encima de la rodilla, pero va mas rapido que yo. Arriba, efectivamente, una vista espectacular, sobre todo de la espectacular contaminacion que cubre la ciudad. Molan las casitas cuadradas, apinhadas, como si la ciudad fuera una pantalla pixelada de colores. Bajo y agoto mis ultimas fotos retratando a la gente que hace sus abluciones en la fuente del patio. Luego me siento en una de las galerias bajo los arcos, cierro un rato los ojos, pero noto que mi presencia turba la paz y a mi me turban las miradas fijas. A la salida, me piden diez rubias por alquiler de lungi y otras tantas por cuidado de zapatos.
Salgo, decidido a pasear tranquilamente por Chandni Chowk, el mercado que hay a los pies de Jama Masjid, se me acerca un ciclorikshero que antes me habia ofrecido sus servicios. Es mayor, pero habla bastante bien ingles, me sorprende su acento. Quiere llevarme por ahi, ensenharme callejas de Old Delhi, pero yo no quiero, quiero andar, no necesito una riksha, el sigue hablando conmigo, aunque yo no le doy mucha cancha, me acompanha un trecho, ya no insiste en llevarme, me indica como llegar a donde yo quiero, le pregunto por algun restaurante, dice que de que tipo, me recomienda uno que esta ahi al lado, le pregunto por que habla tan bien ingles, estuvo trabajando en Calcuta con la Madre Teresa muchos anhos, pero no sabe leer ni escribir, aunque otra gente lee y escribe pero no sabe hablar, me cae bien, le invito a comer, cada uno un thali (dhal, shahi paneer, raita y un par de stuffed parantha), total 70. Se ve que tenia hambre.
El rikshero se llama Sunny ("like the sun"), tiene sesenta anhos, la piel muy oscura ("todos creen que soy del sur del pais") en un bonito contraste con el pelo gris o blanco brillante, los pomulos muy marcados en una cara flaca, y unos ojos brillantes que parecen buenos. Es pequenhito y flaco y un poco encorvado. Me cuenta su historia. Nació en Bihar y vive en las afueras de Delhi, alli tiene su mujer y sus no se cuantos hijos e hijas, casi todos casados, tiene tambien cuatro nietos, sonrie cuando le digo que es abuelo. Pero sus hijos no quieren trabajar, han salido vagos, no traen dinero a casa. Y el ultimamente tampoco gana nada, no hay trabajo, "los indios tampoco salen de casa porque hace demasiado calor". Lleva cinco dias sin volver a su casa, durmiendo en la riksha, que no es suya. Cada dia paga cincuenta rupias de alquiler. El otro dia, mientras dormia, le rajaron el bolsillo donde tenia seiscientas rupias. Me ensenha el tajo. Debe de ser una práctica habitual, porque es la segunda vez que le pasa. Me entra rabia, como se puede robar a quien no tiene nada. Todavia no puede volver a casa. Una vez le robaron la riksha, que tampoco era suya, y tuvo que pagarle al duenho lo que le pidio, siete mil rupias. Todo por no tener una cadena con que atarla. Las rikshas nuevas cuestan nueve mil, ahora es que las hacen con capota; las de segunda mano, cuatro mil. Le gustaria tener una propia, aunque no sabe cuanto tiempo mas podra trabajar, esta sano, pero es mayor. No sabe que sera de el y de su familia. Tiene muchos amigos por todo el mundo: americanos, suizos, alemanes, franceses, italianos, suecos... Una vez, uno de sus amigos, no recuerdo de donde, le llevo a un garaje de rikshas de segunda mano y le compro una. Pero una vez que su hijo se puso enfermo, tuvo que venderla para pagarle el hospital. Ahora esta ahorrando. Me ensenha su riksha, que no es suya. Le doy una camiseta negra que llevaba justamente para darsela a alguien, era una de mis favoritas, pero ya no me la voy a poner porque el dibujo se esta desprendiendo y queda feo. A el no creo que le importe. Me cae bien ese hombre, me gusta su cara, a pesar de los dientes estropeados por el tabaco de mascar y el betel. Le hago un par de retratos, con mi camara que cuesta mas que todas las rikshas que hay alli juntas. Acuden otros riksheros y personajes de los alrededores. Le pido que me lleve al metro, solo para escaparnos de alli. Por el camino, sigue contandome su historia. Lo hace sin teatro, sin pena, sin dolor. Es su historia. Cuando era pequenho, mendigaba en las calles, con su madre y sus hermanos, vivian en la acera, bajo algun toldo. Un americano que tenía diez coches se interesó por ellos, cada semana les daba quinientas rupias para comer, quiso meter a Sunny en la escuela, pero la madre temió que se lo llevase a América y se escapó del pueblo con toda la prole. Al cabo de un tiempo volvió, y el americano le compró a Sunny varios pantalones y camisas y una corbatita roja y lo metió en un internado donde tenía cama y comida. Pero luego no sé qué pasó que el americano desapareció y no hubo quien pagara el internado. Llegamos al metro, me bajo y le pregunto cuanto es. Dice que nada. Es justo la prueba que me hacía falta, aunque quizá no debería haberme hecho falta ninguna. Le doy discretamente quinientas rupias. Su cara se ilumina, se me queda mirando fijamente, balbucea "thank you, sir..., thank you...". Le digo que me espere un momento. Voy a comprar un par de refrescos, ese hombre necesita hidratacion y azucar para pedalear con el calor que hace. Mientras tanto, compruebo cuánto dinero me queda. Al volver con medio litro de pepsi, me lo encuentro llorando. Con la botella le doy otro billete de quinientas, bien doblado. Llora silenciosamente, dice que Dios lo ve todo y que, por eso, cuando uno hace el bien, le llega el bien, y que él es un hombre con suerte, porque siempre se topa con gente buena que le ayuda, yo le digo que yo no soy bueno, que soy normal, no le digo que en el fondo temo estar comprando una tregua de mi conciencia, le pongo la mano en el hombro, me falta poco para llorar a mí también. Guarda la botella de pepsi en un cajoncito bajo el asiento de la riksha, se la dará a su hijo. Vamos a comprar una cadena y un candado para que no le vuelvan a robar la calesita, porque si tiene que andar pagando, nunca tendrá una propia. Comprueba la solidez de la cadena y me dice el precio, por si me parece bien. Por noventa rupias tenemos sistema de seguridad. Por noventa rupias se hubiera evitado tener que gastar siete mil... Y pensar que yo siempre había evitado tomar las ciclorrikshas porque me parecía un esfuerzo inhumano, pero es que de ese esfuerzo depende su vida infrahumana. Infrahumana en las condiciones, humana en los sentimientos.
Insiste en que quiere enseñarme las callejuelas de Old Delhi. Por qué no, me apetece estar con él, quién sabe cuántos momentos así se podrá permitir, el pan de hoy ya se lo ha ganado y, de todas formas, parece ser que no hay muchos clientes. Va a aparcar donde están el resto de los riksheros de Chandni Chowk. Echamos a andar, adentrándonos por las calles laterales donde, nerviosos, nos metimos mi hermana y yo hace casi dos años, nuestro primer día en la India, mientras el resto del grupo se quedaba en la calle principal sin atreverse a entrar. Pero no se lo digo, le dejo que me haga de guía, me gusta volver a estar allí, la perspectiva es totalmente diferente y, sin embargo, recuerdo la excitación de aquella tarde. Me señala un portal y me dice que entre a hacer fotos, es como si hubiera adivinado mi gusto: la entrada en sombra, un arco pintado de celeste y, al fondo, un patio soleado con ropa de colores tendida. Sonríe. Luego me enseña un templo jainita, horteramente bello, una lástima que no dejen sacar fotos. Nos tomamos un gulab jamun cada uno de postre. Paseamos un poco más. Conoce muy bien esas calles, al fin y al cabo, aparte de Bihar, su lugar natal, en su vida no ha visto más que Calcuta y Delhi. Y un poquito de Nepal, en el que tal vez sea el único viaje como tal que ha hecho. Me acompaña hasta el metro, nos tomamos una limonada, que es buena para el "estógamo" ("it's good for your tomach", dice) y nos despedimos. Me da la mano. Yo le habría dado un abrazo, sobre todo si estuviera un pelín menos sucio, pero me temo que no hubiera sido apropiado. Si alguna vez vuelvo a pasar por Chandni Chowk, lo buscaré. Sunny... ojalá le vaya bien, whatever that means.
El metro de Delhi es moderno y tiene tres líneas. Al entrar te hacen subirte a un escalón para cachearte y pasan tu equipaje por rayos. No sé cómo lo harán en las horas punta. Cojo la línea amarilla hasta Rajiv Chowk. El vagón es ancho y fresco, la variedad de los pasajeros cabe en la de la India, no hay, ni por asomo, tantos extranjeros como en Madrid o en Londres, es decir, no veo a ninguno aparte de mí. Busco el trasbordo a la línea azul. Llega el tren hasta los topes y los pasajeros se desbordan como por las compuertas de una presa, empujándose, pisoteándose, aplastándose, arrollando a los que esperan en el andén, algunos de los cuales, como peces contra un tsunami, intentan subir al mismo tiempo. Por suerte el vagón queda casi vacío. Ya en Yamuna Bank cojo una autorriksha para completar el trayecto, pero al minuto de trayecto el tipo se para a un lado y desaparece veinte minutos, yo estoy tentado de ponerme al volante (mejor dicho, al manillar), luego me explica por señas que se ha ido a dar prashad, comida bendecida, a no sé qué dios; a juzgar por las migajas dulces que aún rebaña con la lengua, deben de haber comido juntos.
Ya cerca de casa de Devesh, me meto en el cíber, porque me apetece escribir un rato. A las dos horas, se va la luz. Por suerte disponen de un generador que aguanta la corriente cinco minutos más, así que me da tiempo a grabar lo escrito. Vuelvo a casa, Devesh acaba de levantarse, me pego una ducha, porque estoy todo sudado, y entablamos una interesante conversación llena de confesiones culturales y personales. Luego, mientras Devesh se ducha, sigo escribiendo, dispuesto a terminar el capítulo, tan inspirado estoy que se me olvida grabar cada cierto tiempo, craso error tratándose de la India, pues, evidentemente, al rato se vuelve a ir la luz. Siento una curiosa mezcla de cabreo y resignación. Al dejar de funcionar el ventilador y el air-cooler, el calor se hace sentir con toda su fuerza. En cuestión de segundos, a pesar de estar recién salidos de la ducha y medio desnudos, chorreamos sudor, nuestros cuerpos brillan como luchadores aceitados. Se hace de noche y yo tengo que hacer la mochila a la luz de dos velas y mi móvil. Llamamos al telecurry para que nos traigan la cena, que engullimos románticamente a la luz de las velas en el balcón, donde al menos se insinúa una leve brisa. Se hace tarde, termino de hacer el equipaje, vuelve la luz y bajamos.
Conmigo escondido tras la verja, Devesh me negocia una autorriksha al aeropuerto por 250. Salgo, monto, son más de veinte quilómetros, en algunos tramos (sólo en algunos) alcanzamos velocidades de las que no creía capaz a un triciclo de éstos, sesenta, tal vez ochenta por hora, pero metido en una lata con ruedas que tiembla y da respingos todo el tiempo y es adelantada por coches y jeeps a menos de cinco centímetros, uno se siente muy vulnerable. A pesar de ello, estoy tan cansado que voy dando cabezadas, empiezo a soñar con visiones de la India, pero antes de que el argumento tenga tiempo de desarrollarse, siempre hay un bache que me despierta violentamente, la lata cruje y temo por mi integridad física y la de mi equipaje. El trayecto dura cosa de una hora, pero se me hace eterno.
Mi vuelo es a las 00:40. En el avión conseguiré dormir.
lunes, 6 de julio de 2009
Vuelta a Delhi
Imagina que le das tu dirección a alguien:
Periquito
hijo de Perico de los Palotes
cerca de la mezquita de la Universidad de las Chimbambas
Chimbambas
Guirilandia
Pues poco más o menos es la que me dio Nawaz a la hora del desayuno. Me fío más del mail.
Para desayunar: de primero, arroz frito en ghee con verduritas; de segundo, arroz, pero de otro tipo, granos en forma de bolitas muy pequeñas, con leche y azúcar.
Nos despedimos del padre, que se va a currar. Salimos con todo el equipaje, antes de subirnos al coche me meto en un charco de barro hasta los tobillos, menos mal que mis tenis son bastante impermeables, y Nawaz nos lleva a ver el cole donde estudió. En la sala de profesores, charlamos con la que le dio clase de inglés, Arati. Habla con soltura. Se ve que se aprecian. Ella le echa la bronca por no habernos llevado a su casa. Es majísima sin esforzarse por serlo, me encanta su sonrisa tranquila. Nawaz nos cuenta que todos la odiaban por que era muy severa, hasta que al llegar al último curso pasaron del odio al amor y se dieron cuenta de que la disciplina que imponía era por su bien. Aparte de inglés, habla hindi, assamés y bengalí. Por los pasillos los alumnos la saludan educadamente y ella les da palmaditas. En el patio los niños llegan corriendo, se plantan emocionados delante de la cámara, se empujan unos a otros para ponerse delante, se lo pasan pipa, hacen caso omiso de los gritos de los profes de gimnasia (mujer para las chicas, hombre para los chicos), de cuya tutela los hemos arrancado sin querer. Bueno, sin querer mucho. Unas fotos de niños indios son unas fotos de niños indios. Los chavales se adelantan a las tímidas chavalas, recurro a mi rudimentario hindi ("larkí", que significa "chica") para hacerles entender que no se metan en la foto que estoy sacando, funciona, pero a los dos disparos reclaman lo suyo: ¡larká!, es decir, "chico". Les toca a ellos. En realidad mi "discurso" en hindi ha sido más un experimento para ver si funcionaba y un truco para impresionarlos. No habría hecho falta. Lo realmente impresionante es que, con lo pequeñajos que son, casi todos hablan (aparte del assamés, lengua natal de la mayoría) como mínimo algo de hindi y algo de inglés.
Recogemos a la madre del trabajo y vamos al aeropuerto. Prometemos seguir en contacto, sería estupendo que Nawaz viniera a Polonia. Todavía no entiendo a la madre, silenciosa y ahorrativa en gestos, aún no sé si le gusta nuestra presencia, la tolera o le mosquea. Pero cocina de maravilla. Me imagino que, si no hubiera barrera lingüística, sería diferente. Lo curioso es que ella trabaja todo el tiempo en inglés. Sabe leerlo, pero no hablarlo.
Ya en el aeropuerto, controles por todas partes. En la zona de espera, cuatro puertas de embarque, no hay tablero, preguntamos, pero nadie sabe cuál es la nuestra. Esa información se transmite por el oído. Cuando llegue el momento, lo anunciarán por megafonía. Lo malo es que hay que estar atento (y no siempre lo dicen en inglés) y que, si se te pasa, no puedes pedirles que repitan. Una paradoja: habiendo hecho viajes de 12 horas embutidos en cafeteras sobre ruedas, para llevarnos al avión nos meten en el autobús más cómodo y espacioso que he visto no ya en la India, sino en los últimos diez años (desde que viajé en bus por Brasil). Arrancamos sin que se haya llenado y en treinta segundos escasos estamos ya junto a nuestro avión.
En Delhi, taxi "pre-paid" hasta casa de Devesh, que todavía no ha vuelto de su viaje improvisado a Nepal, pero que nos ha dejado las llaves en casa de los vecinos. Pero qué majo es. Ania se encuentra mal y la paga conmigo. Pero ya es la última vez, mañana por la mañana, si no se rompe la noche, se va a Agra a ver el Taj Mahal. A mí no me habría importado verlo otra vez, pero me tengo que quedar en Delhi: una, porque debería hacer una gestión en la Embajada; y otra, porque el tren de vuelta que tendría sentido coger llega a Delhi demasiado tarde, no me daría tiempo a coger mi vuelo. No conseguimos hacer funcionar correctamente el air-cooler, los ventiladores no bastan. Dormimos en el salón, donde hace menos calor que en el dormitorio, pero sigue siendo una sauna.
Periquito
hijo de Perico de los Palotes
cerca de la mezquita de la Universidad de las Chimbambas
Chimbambas
Guirilandia
Pues poco más o menos es la que me dio Nawaz a la hora del desayuno. Me fío más del mail.
Para desayunar: de primero, arroz frito en ghee con verduritas; de segundo, arroz, pero de otro tipo, granos en forma de bolitas muy pequeñas, con leche y azúcar.
Nos despedimos del padre, que se va a currar. Salimos con todo el equipaje, antes de subirnos al coche me meto en un charco de barro hasta los tobillos, menos mal que mis tenis son bastante impermeables, y Nawaz nos lleva a ver el cole donde estudió. En la sala de profesores, charlamos con la que le dio clase de inglés, Arati. Habla con soltura. Se ve que se aprecian. Ella le echa la bronca por no habernos llevado a su casa. Es majísima sin esforzarse por serlo, me encanta su sonrisa tranquila. Nawaz nos cuenta que todos la odiaban por que era muy severa, hasta que al llegar al último curso pasaron del odio al amor y se dieron cuenta de que la disciplina que imponía era por su bien. Aparte de inglés, habla hindi, assamés y bengalí. Por los pasillos los alumnos la saludan educadamente y ella les da palmaditas. En el patio los niños llegan corriendo, se plantan emocionados delante de la cámara, se empujan unos a otros para ponerse delante, se lo pasan pipa, hacen caso omiso de los gritos de los profes de gimnasia (mujer para las chicas, hombre para los chicos), de cuya tutela los hemos arrancado sin querer. Bueno, sin querer mucho. Unas fotos de niños indios son unas fotos de niños indios. Los chavales se adelantan a las tímidas chavalas, recurro a mi rudimentario hindi ("larkí", que significa "chica") para hacerles entender que no se metan en la foto que estoy sacando, funciona, pero a los dos disparos reclaman lo suyo: ¡larká!, es decir, "chico". Les toca a ellos. En realidad mi "discurso" en hindi ha sido más un experimento para ver si funcionaba y un truco para impresionarlos. No habría hecho falta. Lo realmente impresionante es que, con lo pequeñajos que son, casi todos hablan (aparte del assamés, lengua natal de la mayoría) como mínimo algo de hindi y algo de inglés.
Recogemos a la madre del trabajo y vamos al aeropuerto. Prometemos seguir en contacto, sería estupendo que Nawaz viniera a Polonia. Todavía no entiendo a la madre, silenciosa y ahorrativa en gestos, aún no sé si le gusta nuestra presencia, la tolera o le mosquea. Pero cocina de maravilla. Me imagino que, si no hubiera barrera lingüística, sería diferente. Lo curioso es que ella trabaja todo el tiempo en inglés. Sabe leerlo, pero no hablarlo.
Ya en el aeropuerto, controles por todas partes. En la zona de espera, cuatro puertas de embarque, no hay tablero, preguntamos, pero nadie sabe cuál es la nuestra. Esa información se transmite por el oído. Cuando llegue el momento, lo anunciarán por megafonía. Lo malo es que hay que estar atento (y no siempre lo dicen en inglés) y que, si se te pasa, no puedes pedirles que repitan. Una paradoja: habiendo hecho viajes de 12 horas embutidos en cafeteras sobre ruedas, para llevarnos al avión nos meten en el autobús más cómodo y espacioso que he visto no ya en la India, sino en los últimos diez años (desde que viajé en bus por Brasil). Arrancamos sin que se haya llenado y en treinta segundos escasos estamos ya junto a nuestro avión.
En Delhi, taxi "pre-paid" hasta casa de Devesh, que todavía no ha vuelto de su viaje improvisado a Nepal, pero que nos ha dejado las llaves en casa de los vecinos. Pero qué majo es. Ania se encuentra mal y la paga conmigo. Pero ya es la última vez, mañana por la mañana, si no se rompe la noche, se va a Agra a ver el Taj Mahal. A mí no me habría importado verlo otra vez, pero me tengo que quedar en Delhi: una, porque debería hacer una gestión en la Embajada; y otra, porque el tren de vuelta que tendría sentido coger llega a Delhi demasiado tarde, no me daría tiempo a coger mi vuelo. No conseguimos hacer funcionar correctamente el air-cooler, los ventiladores no bastan. Dormimos en el salón, donde hace menos calor que en el dormitorio, pero sigue siendo una sauna.
domingo, 5 de julio de 2009
Despedida de Guwahati
Al levantarme casi piso un ciempiés. Lo hice poco después, pero ya con chanclas, aun temiendo por mi karma: igual en mi próxima vida me reencarno en uno de ésos. Enseguida fue rodeado por cientos de hormigas minúsculas, de las que Ania se encontró en su mochila, en la comida que le dio la madre de Kevin. Luego, al ir a quitar la mosquitera, de detrás del gancho salió una araña saltarina, nunca había visto tanta agilidad en estos bichos. Tras la ducha, el desayuno: arroz con coco rallado.
Cogemos un bus hasta el centro, todo el mundo nos mira. Nawaz se va a ver a un amigo suyo, nosotros a dar una vuelta por el mercado, pero luego resulta que nos encontramos a Nawaz en una peluquería, lo tomamos como excusa para hacer fotos, porque en el asiento de al lado hay un indio muy moreno con la cara cubierta por una máscara como de barro blanco, parece una calavera o un practicante o víctima de vudú. Mientras Ania ordeña un coco verde, un mendigo se nos acerca, pero no demasiado. Va con el torso desnudo, del cuerpo le salen asquerosos bultos del tamaño de un puño, la espalda le cuelga como cuelgan las barrigas de los obesos más obesos, se le derrama, tiene la piel como la de un animal, me parece que es un caso de elefantiasis, pobre hombre, aparto la mirada, me da tanto asco que estoy dispuesto a salir corriendo como dé un paso más. Lo sabe y no lo hace. Qué horror, pobre hombre... En una calle lateral, un grupo de obreros que estaban trabajando empieza a posar para nosotros, se les da muy bien. Seguimos paseando entre casitas bajas y palmeras, sin mucha convicción, no me encuentro a gusto con ella, andamos juntos, pero nuestras cabezas van por separado. Volvemos a la calle principal. En un callejón, un anciano está acuclillado bajo un letrero pintado en la pared. Me gusta la luz y la perspectiva, le pido permiso para hacerle una foto, no acaba de entenderlo, pero parece que acepta. Enseguida se me acerca un tipo y me dice que eso no está bien. ¿El qué? Hacerle fotos a ese señor. ¿Por qué? Porque es un pobre. ¿Y qué? Que a los pobres no se les puede hacer fotos. Pero, vamos a ver, ¿por qué?, pregunto, esperándome un discurso sobre la dignidad de las personas. Porque esas fotos te las vas a llevar a tu país y la gente se va a creer que India es esto. Bueno, es que India también es esto... De todas formas, a mi juicio la foto no refleja pobreza ni nada, no se ve que el hombre esté en especialmente malas condiciones, al contrario, para mí es un anciano descansando tranquilamente en un escenario con un bonito juego de luces y colores. Cuando hay imágenes que cuestionan la dignidad de las personas, nunca saco fotos, es más, escondo o bajo la cámara para que nadie se mosquee. Pero esa sensibilidad sobre la imagen que de un país pueden dar las fotos ya la había visto en cierta ocasión en Serbia.
Paseamos un poquito más. Ante una puerta de madera pintada de azul, está acuclillado un indio de ojos también azules y rasgos bonitos. Le convenzo para que pose un poco para mí, aunque la multitud que inmediatamente se junta a nuestro alrededor me lo dificulta. Ania se bebe otro coco, yo también me dejo tentar. Al ir a cruzar la calle al estilo indio, un guardia de tráfico nos empieza a pitar y, con la mano, nos manda volver atrás y cruzar por otro lado. Acto seguido, para el tráfico sólo para nosotros, cuando llegamos a la mediana me da la mano y nos pregunta de dónde somos, y luego para los coches del otro lado para que crucemos tranquilamente. Muy amable por su parte, pero a mí me gusta el puntillo de adrenalina que da cruzar a lo indio. Consigo meterme en internet hora y pico, hasta que llega la hora de volver a casa a ducharnos.
En casa nadie tiene hambre, todos han comido ya, pero hay sobras: arroz, flor de banano (!!!!), una verdura que no sé cómo se llama, pero que en su versión cruda es preciosa, de color amarillo verdoso o verde amarillento con forma de ciruela alargada con la piel erizada en pinchos que no pinchan, dhal (o sea, lentejas), pescado frito, pescado en salsa, piña... Me lo zampo todo.
Cogemos el coche, nos han invitado a casa de unos familiares, nunca entiendo muy bien las relaciones de parentesco, todo son primos. Por el camino, justamente hoy, hay una luz fantástica, el paisaje es precioso, el Brahmaputra forma una especie de albufera, me habría bajado a hacer fotos. Como de costumbre, la familia casi no se sienta con nosotros, pero nos traen chai, fruta de su propia cosecha y dulces. O sea, que hemos ido hasta allí para que nos den de merendar. Nawaz nos saca a ver la aldea. A lo lejos se oyen gritos, cada vez más altos, es una multitud enfervorecida. Descubrimos un campo de fútbol, las porterías están hechas con troncos, pero tienen red, el árbitro justo acaba de pitar el final del partido, pero habrá penaltis, es la final de no sé qué liga, pero debe de ser importante, porque hay varios cientos de personas, se meten en el campo, es increíble la variedad de colores de sus ropas, nada de vestirse con los colores del equipo, un tío, no sé si jugador o espectador, se enfrenta al árbitro, se lo llevan a rastras, al fondo las montañas, al otro lado la puesta de sol. En cuanto saco la cámara, me veo acorralado por más de cien personas, sudo e intento no dejar de sonreír, todos quieren salir en la foto. Ni siquiera los penaltis, que ya han empezado, consiguen librarme del todo. Me escabullo como puedo, diciendo que quiero ver el final del partido. Cuando llega Ania (y Nawaz, pero no cuenta) se vuelve a formar el corro, todos sacan el móvil y, sujetándolo como si fueran pistolas, le hacen fotos como en una rueda de prensa, todos quieren retratarse con ella, tenemos que salir de allí. Volvemos a la casa, nos hacemos la foto de familia, nos enteramos de que al menos dos personas son profesoras de inglés, últimamente no conocemos más que profesores de inglés, no entiendo por qué no hablan con nosotros. Aunque tengo una sospecha.
De vuelta a Guwahati, vamos a comprar especias. Luego volvemos a casa, los padres entran un momento, nosotros nos quedamos con Nawaz en el coche, entre campos desiertos, la noche negra, hablando de temas sobrenaturales (todo empezó por el tipo de la peluquería, el que parecía de vudú). Nawaz nos cuenta una historia impresionante que algún día me gustaría utilizar como base para un relato. El abuelo de Nawaz murió en circunstancias extrañas, el padre de Nawaz, que entonces tenía diez u once años, fue a ver a una mujer que era medio bruja, ésta le dijo que alguien le había echado mal de ojo, pero ella sabía deshacerlo para que no afectara a nadie más. Como pago, no para ella, sino para las fuerzas sobrenaturales que le ayudaban, pidió comida. Le trajeron leche y plátanos. Al cabo de un rato, viendo que la comida seguía intacta, Ramzan, el padre de Nawaz, la probó. La leche no sabía a nada. Los plátanos tampoco. Se habían llevado el sabor...
Nos llevan a casa de un antiguo profesor, creo que de ciencias sociales, de Nawaz. Nos recibe la familia en pleno: él, su mujer, que también es profesora, pero de inglés (y, a diferencia del resto de los que hemos conocido hasta ahora, lo habla bien y tiene formación pedagógica), la hija, que tiene unos 10 años y se llama Spandita, que significa "heartbeat" ("latido de corazón" suena fatal) y el hijo pequeño, de siete años, cuyo nombre no recuerdo, pero significaba "decoración luminosa", un nombre precioso, más una prima pobre que viene de no sé dónde y vive con ellos y hace las tareas de la casa. La prima nos trae chai, agua, zumo, dulces, frutos secos... Mientras tanto, en el salón tiene lugar un ritual de alabanza mutua (son los mejores padres, son los mejores alumnos, son los mejores profesores, son los mejores hijos) que culmina con una exhibición de talentos: Spandita toca el harmonium y canta canciones en hindi y en assamés y en inglés (la canción de Titanic), bastante bien, Decoración Luminosa también toca y canta algo, con mayor timidez, luego Spandita vuelve a escena y recita un poema en inglés (bastante bien), nos trae su cuaderno de dibujos (bastante buenos) e incluso un cuadro en el que, bastante bien, ha pintado el Titanic. Por lo visto también baila y gana concursos en el cole. Decoración Luminosa nos hace una demostración de tae kwon do que consiste en dar una patada al aire y luego salir corriendo a esconderse detrás de una cortina. Al fin y al cabo, ésa es la mejor táctica: golpear rápido y escapar.
Volvemos a casa. No puedo cenar, con tanto dulce lo único que tengo es sed.
Cogemos un bus hasta el centro, todo el mundo nos mira. Nawaz se va a ver a un amigo suyo, nosotros a dar una vuelta por el mercado, pero luego resulta que nos encontramos a Nawaz en una peluquería, lo tomamos como excusa para hacer fotos, porque en el asiento de al lado hay un indio muy moreno con la cara cubierta por una máscara como de barro blanco, parece una calavera o un practicante o víctima de vudú. Mientras Ania ordeña un coco verde, un mendigo se nos acerca, pero no demasiado. Va con el torso desnudo, del cuerpo le salen asquerosos bultos del tamaño de un puño, la espalda le cuelga como cuelgan las barrigas de los obesos más obesos, se le derrama, tiene la piel como la de un animal, me parece que es un caso de elefantiasis, pobre hombre, aparto la mirada, me da tanto asco que estoy dispuesto a salir corriendo como dé un paso más. Lo sabe y no lo hace. Qué horror, pobre hombre... En una calle lateral, un grupo de obreros que estaban trabajando empieza a posar para nosotros, se les da muy bien. Seguimos paseando entre casitas bajas y palmeras, sin mucha convicción, no me encuentro a gusto con ella, andamos juntos, pero nuestras cabezas van por separado. Volvemos a la calle principal. En un callejón, un anciano está acuclillado bajo un letrero pintado en la pared. Me gusta la luz y la perspectiva, le pido permiso para hacerle una foto, no acaba de entenderlo, pero parece que acepta. Enseguida se me acerca un tipo y me dice que eso no está bien. ¿El qué? Hacerle fotos a ese señor. ¿Por qué? Porque es un pobre. ¿Y qué? Que a los pobres no se les puede hacer fotos. Pero, vamos a ver, ¿por qué?, pregunto, esperándome un discurso sobre la dignidad de las personas. Porque esas fotos te las vas a llevar a tu país y la gente se va a creer que India es esto. Bueno, es que India también es esto... De todas formas, a mi juicio la foto no refleja pobreza ni nada, no se ve que el hombre esté en especialmente malas condiciones, al contrario, para mí es un anciano descansando tranquilamente en un escenario con un bonito juego de luces y colores. Cuando hay imágenes que cuestionan la dignidad de las personas, nunca saco fotos, es más, escondo o bajo la cámara para que nadie se mosquee. Pero esa sensibilidad sobre la imagen que de un país pueden dar las fotos ya la había visto en cierta ocasión en Serbia.
Paseamos un poquito más. Ante una puerta de madera pintada de azul, está acuclillado un indio de ojos también azules y rasgos bonitos. Le convenzo para que pose un poco para mí, aunque la multitud que inmediatamente se junta a nuestro alrededor me lo dificulta. Ania se bebe otro coco, yo también me dejo tentar. Al ir a cruzar la calle al estilo indio, un guardia de tráfico nos empieza a pitar y, con la mano, nos manda volver atrás y cruzar por otro lado. Acto seguido, para el tráfico sólo para nosotros, cuando llegamos a la mediana me da la mano y nos pregunta de dónde somos, y luego para los coches del otro lado para que crucemos tranquilamente. Muy amable por su parte, pero a mí me gusta el puntillo de adrenalina que da cruzar a lo indio. Consigo meterme en internet hora y pico, hasta que llega la hora de volver a casa a ducharnos.
En casa nadie tiene hambre, todos han comido ya, pero hay sobras: arroz, flor de banano (!!!!), una verdura que no sé cómo se llama, pero que en su versión cruda es preciosa, de color amarillo verdoso o verde amarillento con forma de ciruela alargada con la piel erizada en pinchos que no pinchan, dhal (o sea, lentejas), pescado frito, pescado en salsa, piña... Me lo zampo todo.
Cogemos el coche, nos han invitado a casa de unos familiares, nunca entiendo muy bien las relaciones de parentesco, todo son primos. Por el camino, justamente hoy, hay una luz fantástica, el paisaje es precioso, el Brahmaputra forma una especie de albufera, me habría bajado a hacer fotos. Como de costumbre, la familia casi no se sienta con nosotros, pero nos traen chai, fruta de su propia cosecha y dulces. O sea, que hemos ido hasta allí para que nos den de merendar. Nawaz nos saca a ver la aldea. A lo lejos se oyen gritos, cada vez más altos, es una multitud enfervorecida. Descubrimos un campo de fútbol, las porterías están hechas con troncos, pero tienen red, el árbitro justo acaba de pitar el final del partido, pero habrá penaltis, es la final de no sé qué liga, pero debe de ser importante, porque hay varios cientos de personas, se meten en el campo, es increíble la variedad de colores de sus ropas, nada de vestirse con los colores del equipo, un tío, no sé si jugador o espectador, se enfrenta al árbitro, se lo llevan a rastras, al fondo las montañas, al otro lado la puesta de sol. En cuanto saco la cámara, me veo acorralado por más de cien personas, sudo e intento no dejar de sonreír, todos quieren salir en la foto. Ni siquiera los penaltis, que ya han empezado, consiguen librarme del todo. Me escabullo como puedo, diciendo que quiero ver el final del partido. Cuando llega Ania (y Nawaz, pero no cuenta) se vuelve a formar el corro, todos sacan el móvil y, sujetándolo como si fueran pistolas, le hacen fotos como en una rueda de prensa, todos quieren retratarse con ella, tenemos que salir de allí. Volvemos a la casa, nos hacemos la foto de familia, nos enteramos de que al menos dos personas son profesoras de inglés, últimamente no conocemos más que profesores de inglés, no entiendo por qué no hablan con nosotros. Aunque tengo una sospecha.
De vuelta a Guwahati, vamos a comprar especias. Luego volvemos a casa, los padres entran un momento, nosotros nos quedamos con Nawaz en el coche, entre campos desiertos, la noche negra, hablando de temas sobrenaturales (todo empezó por el tipo de la peluquería, el que parecía de vudú). Nawaz nos cuenta una historia impresionante que algún día me gustaría utilizar como base para un relato. El abuelo de Nawaz murió en circunstancias extrañas, el padre de Nawaz, que entonces tenía diez u once años, fue a ver a una mujer que era medio bruja, ésta le dijo que alguien le había echado mal de ojo, pero ella sabía deshacerlo para que no afectara a nadie más. Como pago, no para ella, sino para las fuerzas sobrenaturales que le ayudaban, pidió comida. Le trajeron leche y plátanos. Al cabo de un rato, viendo que la comida seguía intacta, Ramzan, el padre de Nawaz, la probó. La leche no sabía a nada. Los plátanos tampoco. Se habían llevado el sabor...
Nos llevan a casa de un antiguo profesor, creo que de ciencias sociales, de Nawaz. Nos recibe la familia en pleno: él, su mujer, que también es profesora, pero de inglés (y, a diferencia del resto de los que hemos conocido hasta ahora, lo habla bien y tiene formación pedagógica), la hija, que tiene unos 10 años y se llama Spandita, que significa "heartbeat" ("latido de corazón" suena fatal) y el hijo pequeño, de siete años, cuyo nombre no recuerdo, pero significaba "decoración luminosa", un nombre precioso, más una prima pobre que viene de no sé dónde y vive con ellos y hace las tareas de la casa. La prima nos trae chai, agua, zumo, dulces, frutos secos... Mientras tanto, en el salón tiene lugar un ritual de alabanza mutua (son los mejores padres, son los mejores alumnos, son los mejores profesores, son los mejores hijos) que culmina con una exhibición de talentos: Spandita toca el harmonium y canta canciones en hindi y en assamés y en inglés (la canción de Titanic), bastante bien, Decoración Luminosa también toca y canta algo, con mayor timidez, luego Spandita vuelve a escena y recita un poema en inglés (bastante bien), nos trae su cuaderno de dibujos (bastante buenos) e incluso un cuadro en el que, bastante bien, ha pintado el Titanic. Por lo visto también baila y gana concursos en el cole. Decoración Luminosa nos hace una demostración de tae kwon do que consiste en dar una patada al aire y luego salir corriendo a esconderse detrás de una cortina. Al fin y al cabo, ésa es la mejor táctica: golpear rápido y escapar.
Volvemos a casa. No puedo cenar, con tanto dulce lo único que tengo es sed.
Homosexualidad despenalizada
En el periodico he leido que acaba de ser la marcha del Orgullo Gay, entre otros sitios, en Delhi. Me habria encantado verla. Inmediatamente despues, el Tribunal Supremo ha derogado el articulo 377 el Codigo Penal indio, que castigaba, entre otras "practicas inmorales", la homosexualidad. El articulo del India Express de ayer venia acompanhado de una cita de un tal Vikram Seth:
"In the strict ranks of Gay and Straight,
What is my status? Stray? Or Great?".
"In the strict ranks of Gay and Straight,
What is my status? Stray? Or Great?".
sábado, 4 de julio de 2009
Guwahati-Shillong, Shillong-Guwahati
Diana a las 5:30. Percibo que mi olor corporal a cambiado a causa de la dieta india, y no me gusta nada, pero nada. Los minutos indios se estiran, de modo que solo conseguimos salir de casa a las 7, cuando habiamos dicho que a las 6. Si lo llego a saber, me habria duchado. Mi colada de hace dos dias sigue sin estar seca. Para el desayuno, el padre de Nawaz nos abre sendos cocos verdes a machetazos y, con una pajita, nos bebemos el medio litro de agua que hay dentro. La madre nos trae rebanadas de pan de molde frito en mantequilla y espolvoreado con azucar. Por si nos faltaran las calorias.
Queremos coger el bus a Shillong, en el vecino estado de Meghalya, tambien perteneciente, al igual que Assam, a las llamadas "Seven Sisters", los siete estados del noreste indio, embutidos entre Bhutan, Bangla Desh y no se que mas, tendre que mirar el mapa, probablemente China. El padre de Nawaz nos lleva a la estacion. Alli, nos dejamos arrastrar por Nawaz como corderitos, sin fuerzas, sin saber muy bien lo que pasa. Resulta que nuestro bus se ha marchado, pero nos meten en otro que va a otro lado, pero pasa mas o menos por Shillong. Ania esta borde, se pelea absurdamente con Nawaz por una chorrada y luego conmigo por darle la razon a Nawaz. Asi que en el bus todos nos hacemos los dormidos.
A la hora de camino, en una cuesta, el bus se cala. Tres quejumbrosos intentos mas tarde, consigue arrancar de nuevo. En otra cuesta vuelve a pararse. Tras cinco o diez intentos, el motor ruge, pero apenas un segundo. En la cabina del conductor, la tapa abierta de la caja de cambios deja al desnudo un monton de valvulas y pistones (o algo que, por mi, bien podria llamarse asi; de mecanica no entiendo). Tras diez minutos de carraspeos, gargareos y tos seca, el motor se planta. El autobus esta lleno de humo negro. Dicen que van a mandar otro desde Guwahati.
Nos metemos en el primer dhaba (bar de carretera) que vemos. Yo me tomo un rico arroz con dhal picantito y judias verdes. Devoro con las manos, como todos los que me rodean, a pesar de que a mi me han traido una cucharilla. Fuera, un tipo panzon en gayumbos grisaceos que algun dia debieron de ser blancos se ducha con una manguera. Me tomo un par de tes que aqui llaman rojos, que no es mas que te solo, aderezado con azucar, jengibre y mas especias. Esta bueno. Total, 27 rupitas.
No sabemos cuando tardara en rescatarnos el bus suplente, asi que abordamos un Tata Sumo, un jeep que funciona como taxi colectivo. A la medida europea, supuestamente, de ocho o nueve plazas. Vamos trece personas: delante, el condu y dos pasajeros en un asiento ancho; en el medio, cinco personas (vale, una es un niho pequenho); atras, nosotros tres y el cazapasajeros-cobrador. Es decir, comodisimamente. En un adelantamiento en curva y cuesta arriba, nos abalanzamos contra otro jeep que viene de frente, ambos conductores se miran a los ojos y pisan el freno, nos quedamos a diez centimetros de la colision. Al separarnos, casi nos embiste otro jeep que viene por detras.
Paramos para ir al banho y tomar un chai. En las paredes del dhaba cuelgan cuadros con pastelosas imagenes de Jesus al lado de imagenes de algun guru. Los misioneros han cristianizado a las tribus de por aqui. Una guapa teniente de rasgos orientales y gesto de pocos amigos engulle enfrente de mi un chapati, con la metralleta descansando en las rodillas. No me atrevo a dispararle una foto, por si acaso. A la salida, una mujer atibetanada de frente profundamente arada por las arrugas escupe a la tierra una bocanada de saliva roja de betel. En un panhuelo lleva un bebe como si fuera una mochila. O es su abuela, o esta muy estropeada por el tiempo.
Arrancamos. Reviso las fotos que he hecho. El cazapasajeros se pone las gafas doradas para ver mejor por encima de mi hombro. Cuando lo miro, me descubre en una sonrisa su dentadura perfectamente negra.
Hora y pico despues, podemos desenlatarnos. Shillong: hay un lago que acabamos de dejar atras, colinas sembradas de construcciones apinhadas que a mis ojos europeos aparecen como chabolas, erroneamente, ropa de colores chillones tendida por todas partes, en muros, vallas, cuerdas, y mucha vegetacion verde. Shillong: yo diria que 47% india, 35% japonesa, 12% europea y el resto, vaya uno a saber. Relativamente limpia y ordenada. Mucha gente de rasgos achinados o mongoloides. Entre los jovenes, muchos vaqueros holgados, camisetas por fuera, tenis de patinero. Veo unos cuantos nu-metaleros, uno incluso me recuerda al cantante de Deftones, que se llama nada mas y nada menos que Chino Moreno. Veo un taxi negro y amarillo, como los de Barcelona, pero reducido (Maruti Suzuki 800) con una gran pegata de Metallica en el parabrisas. Y parejas jovenes y no tan jovenes paseando de la mano, tan tranquilas.
Pillamos un taxi amarillo y negro. Aqui no hay rikshas, dice Nawaz que por el relieve de la zona. Salimos de la ciudad y subimos hasta un mirador que se encuentra dentro de una base militar, pero la vista la tapan los arboles. El cielo nublado da una luz dispersa horrible para hacer fotos. Luego vamos a ver unas cascadas no muy altas, pero con mucho caudal de agua, y no me extranha, con lo que esta lloviendo ultimamente. El camino me recuerda la imagen imaginaria que tengo de Vietnam (aunque, en lo que a vegetacion se refiere, algunas partes podrian ser Galicia): un verde exhuberante, musgos brillantes, helechos como penachos, eucaliptos... gente de piel oscura y rasgos orientales envuelta en mantas de cuadros, hombres de bigote acarrean al lomo grandes cestas conicas sujetas a la frente mediante una tira de tela y llenas de mazorcas de maiz que, ya en la cumbre, las mujeres asaran en las brasas y venderan a los visitantes, todos indios menos nosotros. Arriba hace frio y llovizna. Nawaz y yo llevamos jersey. Ania, camiseta de manga larga, forro polar y chubasquero.
A la bajada, damos un paseito por la ciudad, nos metemos por callejuelas, hablamos con los vendedores, hacemos fotos, llamamos la atencion. A Nawaz le duele la cabeza. Vamos a la estacion, pero el ultimo bus era a las 4, son y cuarto, asi que comemos tranquilamente en un restaurante bengali. Me encanta comer con las manos, tal vez sea un disfrute infantil de la comida, segun Nawaz eso solo se hace en el este y el sur de la India, mientras que en el norte esta mal visto, probablemente porque alli no comen tanto arroz y no necesitan mezclarlo con el resto de la comida, sino que usan el chapati (pan plano y redondo) para cogerla.
Vamos a coger un Tata Sumo. Somos los primeros, pero se llena en veinte minutos. Me sorprende que las dos mujeres que han acompanhado a dos adolescentes hasta alli los besan en ambas mejillas para despedirlos. Por momentos tengo la sensacion de estar en otro pais, aun mas exotico.
Arrancamos. El camino se nos hace larguisimo, vamos embutidos, ensardinados, apenas nos caben las rodillas y los hombros, hay que turnarse para estirar alguna parte del cuerpo, se nos duermen las nalgas. Otra vez hace calor, por las ventanillas nos inunda el humo de los camiones y autobuses, circulamos a traves de una niebla apestosa, blancuzca, grisacea, negra, que dispersa la luz de los faros de todos los vehiculos para conferir mayor irrealidad a las escenas. Entre frenazos y acelerones, todos tenemos ganas de vomitar, sobre todo Ania. Intentamos matar el tiempo conversando, llegamos a la conclusion de que existen grandes similitudes entre Espanha e India: territorios con identidad historica y linguistica propias que conviven, no siempre pacificamente, dentro de un estado. Llegamos a Guwahati sudados y entumecidos, pero sin mas percances.
En el centro cogemos un bus urbano. Toda una experiencia para nosotros. Yo consigo sentarme atras, en el centro, Ania prefiere ir de pie para disfrutar mas. La puerta de atras no se cierra. El revisor nos cobra seis por cabeza. En cada parada sube mas gente. Cada vez que alguien quiere poner el pie en el suelo, la mano en la barra o donde sea, aquello parece el Enredos. Yo creo que hay algunos que levitan, porque si no, no se como caben. Desde mi sitio no alcanzo a ver no ya la cabina, sino la mitad del vehiculo, solo cabezas y cabezas. De la puerta cuelga ya un racimo de gente, se agarran como pueden, a algun saliente del bus o a alguna otra persona, mientras con la mano que les queda libre pagan puntualmente el billete. Unos suben, otros bajan, sin que el autobus llegue nunca a pararse por completo. En una parada de repente somos victimas de un abordaje. De un salto irrumpen cuatro o cinco personas, mientras otras se abalanzan sobre la escalerilla de atras y trepan al techo. De pronto oigo unos estampidos tremendos que me obligan a taparme los oidos. Un pasajero aporrea el techo con la palma de la mano. Es el timbre: quiere bajarse, para lo cual ha de abrirse paso entre los que bloquean la salida. Desde fuera, alguien golpea tambien la carroceria: es la senhal del revisor de que aun esta cobrando y no se puede arrancar.
Veinte o treinta minutos despues, nos bajamos en una rotonda a oscuras, atravesarla en plena noche cerrada mientras nos deslumbran los camiones que vienen de todas partes, pues carriles no hay, es toda una hazanha. Dos quilometros de camino a casa, esquivando de tanto en tanto minas vacunas que apenas se vislumbran en la oscuridad, pero que detecto por el olfato. Veo un par de luciernagas. Ya en casa, me ducho y me atrinchero lo antes posible bajo mi mosquitera. No tengo hambre. Me pongo a escribir. A falta de agua mineral, que se nos ha olvidado comprar, bebo la filtrada que beben ellos. Un mosquito infiltrado muere aplastado entre mi mano y mi brazo. Alguno ha debido de pasarseme, porque por la noche algo me pica.
Queremos coger el bus a Shillong, en el vecino estado de Meghalya, tambien perteneciente, al igual que Assam, a las llamadas "Seven Sisters", los siete estados del noreste indio, embutidos entre Bhutan, Bangla Desh y no se que mas, tendre que mirar el mapa, probablemente China. El padre de Nawaz nos lleva a la estacion. Alli, nos dejamos arrastrar por Nawaz como corderitos, sin fuerzas, sin saber muy bien lo que pasa. Resulta que nuestro bus se ha marchado, pero nos meten en otro que va a otro lado, pero pasa mas o menos por Shillong. Ania esta borde, se pelea absurdamente con Nawaz por una chorrada y luego conmigo por darle la razon a Nawaz. Asi que en el bus todos nos hacemos los dormidos.
A la hora de camino, en una cuesta, el bus se cala. Tres quejumbrosos intentos mas tarde, consigue arrancar de nuevo. En otra cuesta vuelve a pararse. Tras cinco o diez intentos, el motor ruge, pero apenas un segundo. En la cabina del conductor, la tapa abierta de la caja de cambios deja al desnudo un monton de valvulas y pistones (o algo que, por mi, bien podria llamarse asi; de mecanica no entiendo). Tras diez minutos de carraspeos, gargareos y tos seca, el motor se planta. El autobus esta lleno de humo negro. Dicen que van a mandar otro desde Guwahati.
Nos metemos en el primer dhaba (bar de carretera) que vemos. Yo me tomo un rico arroz con dhal picantito y judias verdes. Devoro con las manos, como todos los que me rodean, a pesar de que a mi me han traido una cucharilla. Fuera, un tipo panzon en gayumbos grisaceos que algun dia debieron de ser blancos se ducha con una manguera. Me tomo un par de tes que aqui llaman rojos, que no es mas que te solo, aderezado con azucar, jengibre y mas especias. Esta bueno. Total, 27 rupitas.
No sabemos cuando tardara en rescatarnos el bus suplente, asi que abordamos un Tata Sumo, un jeep que funciona como taxi colectivo. A la medida europea, supuestamente, de ocho o nueve plazas. Vamos trece personas: delante, el condu y dos pasajeros en un asiento ancho; en el medio, cinco personas (vale, una es un niho pequenho); atras, nosotros tres y el cazapasajeros-cobrador. Es decir, comodisimamente. En un adelantamiento en curva y cuesta arriba, nos abalanzamos contra otro jeep que viene de frente, ambos conductores se miran a los ojos y pisan el freno, nos quedamos a diez centimetros de la colision. Al separarnos, casi nos embiste otro jeep que viene por detras.
Paramos para ir al banho y tomar un chai. En las paredes del dhaba cuelgan cuadros con pastelosas imagenes de Jesus al lado de imagenes de algun guru. Los misioneros han cristianizado a las tribus de por aqui. Una guapa teniente de rasgos orientales y gesto de pocos amigos engulle enfrente de mi un chapati, con la metralleta descansando en las rodillas. No me atrevo a dispararle una foto, por si acaso. A la salida, una mujer atibetanada de frente profundamente arada por las arrugas escupe a la tierra una bocanada de saliva roja de betel. En un panhuelo lleva un bebe como si fuera una mochila. O es su abuela, o esta muy estropeada por el tiempo.
Arrancamos. Reviso las fotos que he hecho. El cazapasajeros se pone las gafas doradas para ver mejor por encima de mi hombro. Cuando lo miro, me descubre en una sonrisa su dentadura perfectamente negra.
Hora y pico despues, podemos desenlatarnos. Shillong: hay un lago que acabamos de dejar atras, colinas sembradas de construcciones apinhadas que a mis ojos europeos aparecen como chabolas, erroneamente, ropa de colores chillones tendida por todas partes, en muros, vallas, cuerdas, y mucha vegetacion verde. Shillong: yo diria que 47% india, 35% japonesa, 12% europea y el resto, vaya uno a saber. Relativamente limpia y ordenada. Mucha gente de rasgos achinados o mongoloides. Entre los jovenes, muchos vaqueros holgados, camisetas por fuera, tenis de patinero. Veo unos cuantos nu-metaleros, uno incluso me recuerda al cantante de Deftones, que se llama nada mas y nada menos que Chino Moreno. Veo un taxi negro y amarillo, como los de Barcelona, pero reducido (Maruti Suzuki 800) con una gran pegata de Metallica en el parabrisas. Y parejas jovenes y no tan jovenes paseando de la mano, tan tranquilas.
Pillamos un taxi amarillo y negro. Aqui no hay rikshas, dice Nawaz que por el relieve de la zona. Salimos de la ciudad y subimos hasta un mirador que se encuentra dentro de una base militar, pero la vista la tapan los arboles. El cielo nublado da una luz dispersa horrible para hacer fotos. Luego vamos a ver unas cascadas no muy altas, pero con mucho caudal de agua, y no me extranha, con lo que esta lloviendo ultimamente. El camino me recuerda la imagen imaginaria que tengo de Vietnam (aunque, en lo que a vegetacion se refiere, algunas partes podrian ser Galicia): un verde exhuberante, musgos brillantes, helechos como penachos, eucaliptos... gente de piel oscura y rasgos orientales envuelta en mantas de cuadros, hombres de bigote acarrean al lomo grandes cestas conicas sujetas a la frente mediante una tira de tela y llenas de mazorcas de maiz que, ya en la cumbre, las mujeres asaran en las brasas y venderan a los visitantes, todos indios menos nosotros. Arriba hace frio y llovizna. Nawaz y yo llevamos jersey. Ania, camiseta de manga larga, forro polar y chubasquero.
A la bajada, damos un paseito por la ciudad, nos metemos por callejuelas, hablamos con los vendedores, hacemos fotos, llamamos la atencion. A Nawaz le duele la cabeza. Vamos a la estacion, pero el ultimo bus era a las 4, son y cuarto, asi que comemos tranquilamente en un restaurante bengali. Me encanta comer con las manos, tal vez sea un disfrute infantil de la comida, segun Nawaz eso solo se hace en el este y el sur de la India, mientras que en el norte esta mal visto, probablemente porque alli no comen tanto arroz y no necesitan mezclarlo con el resto de la comida, sino que usan el chapati (pan plano y redondo) para cogerla.
Vamos a coger un Tata Sumo. Somos los primeros, pero se llena en veinte minutos. Me sorprende que las dos mujeres que han acompanhado a dos adolescentes hasta alli los besan en ambas mejillas para despedirlos. Por momentos tengo la sensacion de estar en otro pais, aun mas exotico.
Arrancamos. El camino se nos hace larguisimo, vamos embutidos, ensardinados, apenas nos caben las rodillas y los hombros, hay que turnarse para estirar alguna parte del cuerpo, se nos duermen las nalgas. Otra vez hace calor, por las ventanillas nos inunda el humo de los camiones y autobuses, circulamos a traves de una niebla apestosa, blancuzca, grisacea, negra, que dispersa la luz de los faros de todos los vehiculos para conferir mayor irrealidad a las escenas. Entre frenazos y acelerones, todos tenemos ganas de vomitar, sobre todo Ania. Intentamos matar el tiempo conversando, llegamos a la conclusion de que existen grandes similitudes entre Espanha e India: territorios con identidad historica y linguistica propias que conviven, no siempre pacificamente, dentro de un estado. Llegamos a Guwahati sudados y entumecidos, pero sin mas percances.
En el centro cogemos un bus urbano. Toda una experiencia para nosotros. Yo consigo sentarme atras, en el centro, Ania prefiere ir de pie para disfrutar mas. La puerta de atras no se cierra. El revisor nos cobra seis por cabeza. En cada parada sube mas gente. Cada vez que alguien quiere poner el pie en el suelo, la mano en la barra o donde sea, aquello parece el Enredos. Yo creo que hay algunos que levitan, porque si no, no se como caben. Desde mi sitio no alcanzo a ver no ya la cabina, sino la mitad del vehiculo, solo cabezas y cabezas. De la puerta cuelga ya un racimo de gente, se agarran como pueden, a algun saliente del bus o a alguna otra persona, mientras con la mano que les queda libre pagan puntualmente el billete. Unos suben, otros bajan, sin que el autobus llegue nunca a pararse por completo. En una parada de repente somos victimas de un abordaje. De un salto irrumpen cuatro o cinco personas, mientras otras se abalanzan sobre la escalerilla de atras y trepan al techo. De pronto oigo unos estampidos tremendos que me obligan a taparme los oidos. Un pasajero aporrea el techo con la palma de la mano. Es el timbre: quiere bajarse, para lo cual ha de abrirse paso entre los que bloquean la salida. Desde fuera, alguien golpea tambien la carroceria: es la senhal del revisor de que aun esta cobrando y no se puede arrancar.
Veinte o treinta minutos despues, nos bajamos en una rotonda a oscuras, atravesarla en plena noche cerrada mientras nos deslumbran los camiones que vienen de todas partes, pues carriles no hay, es toda una hazanha. Dos quilometros de camino a casa, esquivando de tanto en tanto minas vacunas que apenas se vislumbran en la oscuridad, pero que detecto por el olfato. Veo un par de luciernagas. Ya en casa, me ducho y me atrinchero lo antes posible bajo mi mosquitera. No tengo hambre. Me pongo a escribir. A falta de agua mineral, que se nos ha olvidado comprar, bebo la filtrada que beben ellos. Un mosquito infiltrado muere aplastado entre mi mano y mi brazo. Alguno ha debido de pasarseme, porque por la noche algo me pica.
viernes, 3 de julio de 2009
Guwahati
En la estacion de Guwahati nos esperaban los padres de Nawaz y un primo. El se fue con todo el equipaje en una riksha a casa y el resto en coche a cenar a un dhaba, un restaurante de carretera. Recupero la fe en la comida india, nham...
Aqui tambien llueve. Llegando a casa de Nawaz, veo una luciernaga, algo que nunca habia visto. Ya en la casa, una cuqui del tamanho de mi oreja. La madre nos trae una especie de mus de mango casera, deliciosa y fresquita. La ducha no funciona, porque no la usan. Con cubos, me lavo con agua fria. Nuestras camas estan protegidas por sendas mosquiteras, y con razon. Fuera se oyen ranas y grillos. A dormir...
El primer dia me despierta la lluvia. Al principio no estoy seguro, porque la tapa un poco el ruido del ventilador. Pero si, llueve a cantaros. Nos levantamos. El desayuno, pesado, destaca un pulao (arroz frito en ghee, una especie de mantequilla) riquisimo. A pesar de eso, estamos sin fuerzas. No se si tendra que ver la altitud. Hoy Nawaz conduce el coche familiar, nos acompanha la madre. Nos llevan a ver un mandir (templo hindu) muy bonito, blanco, de arquitectura al estilo del sur, y unos jardines donde hay un museo de Assam con telas e instrumentos de diferentes tribus, pero nos da todo bastante igual. Por el camino, una cabra kamikaze se lanza de frente contra nuestro coche, Nawaz frena, pero no consigue evitar del todo el topetazo, Ania y yo nos quedamos helados, la cabra sale correteando como si nada, pero tiene sangre en la cabeza. Yo tengo que cambiar dinero, me llevan a la oficina de seguros donde trabaja el padre de Nawaz, insisten en presentarnos al jefe, que lleva una camisa azul y unas gafas doradas, tiene el pelo blanco y los dientes negros y habla bastante bien ingles, pero la conversacion no avanza mucho.
Por la tarde vamos a una aldea donde vive la hermana mayor de la madre de Nawaz, que hace tiempo sufrio una hemiplejia, pero parece que ya esta mejor. Nos reciben todos sus hijos, muy majos, nos llevan de paseo por la aldea, la gente nos mira como si viera extraterrestres. Entramos en casa de un primo de no se quien, pero apenas aguantamos tres minutos sentados, los mosquitos nos acribillan de tal manera que enseguida nos escuece todo el cuerpo, pican incluso a traves de la ropa, pican incluso en las plantas de los pies (en las casas estamos descalzos), y eso duele. Volvemos a la casa de nuestros anfitriones, nos ofrecen fruta, pinha, jackfruit, que es una fruta que no se si tiene nombre espanhol, en Brasil le dicen jaca, es como una calabaza verdiamarilla de piel rugosa, como con pinchitos, parece un huevo de dinosaurio o algo asi, pero no me gusta su sabor ni su textura, se adhiere al paladar y a la garganta. Nos traen tambien chai y un curioso arroz con coco rallado que creo que me gusta mucho, aunque todavia no lo tengo claro. Y malpua, tambien llamado sweet pakora, una masa frita que me recuerda un poco a los churros espanholes. Y, dado que estamos en la tierra del betel (betelnut, lo llaman ellos), nos lo dan a probar: traen un fruto que parece un datil grande, en el centro tiene una semilla que es como una nuez, pero roja, y dura, tiran el fruto, pero cortan la semilla en cuatro cuartos, yo mastico uno, no me sabe a nada, es como masticar una cascara de nuez, no le veo la gracia y voy afuera a escupirla. Me desilusiona ver que mi saliva no sale roja, se ve que hay que anhadirle algo mas para conseguir tan vistoso efecto. Nos hacemos unas cuantas fotos con la familia al completo, la hermana paralitica esta sentada en el centro de la cama, rodeada de los demas, alguien me pone su brazo alrededor del cuello para la foto, que blancos somos Ania y yo en comparacion con ellos. Se va la luz y nosotros tambien.
Cenamos en casa de Nawaz: chapati, pulao (arroz frito), judias... A la mesa estamos sentados Nawaz, su padre, Ania y yo. Nos sirven la madre y la hermana de Nawaz. No entendemos por que no comen con nosotros. Intentamos invitarlas, pero no entienden por que queremos que se sienten.
Mi colada sigue sin secarse. Me cuesta dormirme, las picaduras escuecen, las de las plantas de los pies duelen un monton.
El segundo dia tambien amanece lloviendo. Nos tomamos un chai y, mientras la madre prepara un desayuno indio, Ania hace un zurek (una sopa agria polaca que se ha traido en sobrecitos) e intentamos juntarlos a todos a la mesa, cosa que resulta complicadisima y totalmente forzada. Lo conseguimos a medias y solo durante un rato. El desayuno a base de zurek, bread pakora y arroz mezclado con una especie de toffee resulta la mar de exotico. Creo que para todos.
Hoy la madre se queda en casa, cuidando a un "primo" (no se de quien) que vive con ellos y que se ha puesto enfermo, mientas el padre nos hace de chofer. Se llama Ramzan (algo que no averiguare hasta el ultimo dia de mi estancia en Guwahati, cuando me de su direccion), es pequenhito y muy simpatico, y habla un ingles muy divertido. Creo que mi frase favorita de las que le he oido es: "slip possibility is there", que viene a significar "cuidado, no os resbaleis". Viene tambien la hermana de Nawaz, cuyo nombre no recuerdo, porque es rarisimo (para mi), pero la llaman Nina. Vamos a ver los "tea gardens", al fin y al cabo Assam es famoso por su te. Todo el tiempo llovizna y la luz dispersa es horrible para las fotos, o sera que yo no se aprovecharla. Una pena, porque la carretera, de un solo carril asfaltado y arcen de tierra a ambos lados, discurre entre campos verdes, plantaciones de arroz, montanhas al fondo, bosques de beteleros, bananos y palmeras de diverso tipo. Me encantan los rectangulos donde se siembra el arroz, sobre todo cuando tienen brotes frescos, manojos de hojitas tiernas de un color verde fosforescente, o cuando tienen tanta agua que reflejan el cielo y las nubes y las montanhas del fondo: una parcelita al lado de otra, cada una de una tonalidad, como unos vaqueros que me compre en Londres cuando tenia veinte anhos y me gustaba llevar ropa diferente, y me costaron todos mis ahorros, y eran de mujer y me quedaban grandes, y luego descubri que eran made in Spain, solo que mis pantacas eran azules y los campos, verdes. Vamos haciendo eslalom (me niego a escribir eslalon, como manda la RAE) entre vacas, cabras, rikshas, baches. Vemos plantaciones de te, pero me llaman mas la atencion las de betel. Son unas palmeras (ellos afirman que no, pero para mi lo son) altisimas, de tronco gris, fino y alargado, coronado por un penacho alborotado de hojas anchas, pero no demasiado largas, bajo las cuales penden racimos de frutos anaranjados que parecen mangos pequenhos o, como he dicho antes, datiles grandes. Un bosquecillo de beteleros es algo impresionante. Por eso insisto en parar al lado de uno. Toda la aldea sale a vernos. Ramzan abre la verja de bambu de una casa y habla con la mujer que hay al otro lado. Nos dan permiso para entrar. Hago fotos a contraluz de los troncos desde abajo con el gran angular. Luego la familia nos invita a entrar en la casa, nos traen te y pastas, pero no se sientan con nosotros, solo un hombre que dice que es militar y esta destinado en Srinagar, y luego aparece un chico y empieza a hablar con Nina y resulta que iban al mismo cole y tienen un amigo en comun.
Volvemos a Guwahati, esquivando vacas indiferentes. Me llevan a una tienda de musica porque quiero comprarme un dhol o, en su defecto un dholak, instrumentos ambos de percusion que se cuelgan del cuello y tienen una membrana a cada lado, uno se toca con las manos y otro con palos, pero al final acabo comprandome un khol (no confundir con el ex canciller aleman), que no se en que se diferencia, pero suena guay y cuesta solo cuatrocientas rubias con funda y sin mucho regateo. Luego compramos un coco verde cada uno a un tipo que los tiene amontonados en la calle, nos los abre a machetazos y nos da una pajita, tienen un monton de aguita rica. Despues damos una vuelta en coche y vamos a ver el Brahmaputra, el rio que atraviesa la ciudad (el unico, por cierto, de genero masculino en la India), nace en territorio chino y desemboca ya en Bangla Desh, en las partes mas anchas alcanza los cinco quilometros, Guwahati no es una de ellas, pero aun asi impresiona. Y mas con los reflejos plateados del atardecer. O con la luz rosada de la puesta de sol. Despues vamos al mercado, Nina y Nawaz acomapanhan a Ania a comprar trapitos y Ramzan me lleva a mi a lo mismo, pero de otro modo: quiero un lungi, una especie de falda que se anuda a la cintura y que he visto que Ramzan y el primo misterioso usan para andar por casa, dicen que para salir a la calle no, pero hay gente que si, yo no pretendo salir a la calle con lungi, y menos en Polonia, pero para estar en casa es muy comodo. Por el camino de vuelta empieza a diluviar. Por fin consigo que me lleven a un ciber (en el que, por cierto, hay que quitarse los zapatos para entrar, pero yo no me doy cuenta y entro con las botas embarradas), pero solo me conceden tres cuartos de hora, porque al dia siguiente hay que levantarse temprano.
Ya en casa, mientras esperamos la cena los mosquitos van tomandome de aperitivo. Entre Nina y Nawaz le hacen a Ania en las manos unos disenhos de henna bastante horribles. No puedo dormir de lo que me escuecen las picaduras. Al coro de ranas y grillos del otro lado de la ventana se unen, ya dentro, varios lagartos solistas que se contestan unos a otros desde nuestro dormitorio hasta la entrada. Nunca habia oido la voz de los lagartos. Tiene algo de pajaro amazonico, algo de mono y algo de ciguenha. O recuerda al ruido que hacemos con la lengua cuando nos gusta la comida. Espero que se esten dando un atracon de mosquitos y los esten disfrutando.
Aqui tambien llueve. Llegando a casa de Nawaz, veo una luciernaga, algo que nunca habia visto. Ya en la casa, una cuqui del tamanho de mi oreja. La madre nos trae una especie de mus de mango casera, deliciosa y fresquita. La ducha no funciona, porque no la usan. Con cubos, me lavo con agua fria. Nuestras camas estan protegidas por sendas mosquiteras, y con razon. Fuera se oyen ranas y grillos. A dormir...
El primer dia me despierta la lluvia. Al principio no estoy seguro, porque la tapa un poco el ruido del ventilador. Pero si, llueve a cantaros. Nos levantamos. El desayuno, pesado, destaca un pulao (arroz frito en ghee, una especie de mantequilla) riquisimo. A pesar de eso, estamos sin fuerzas. No se si tendra que ver la altitud. Hoy Nawaz conduce el coche familiar, nos acompanha la madre. Nos llevan a ver un mandir (templo hindu) muy bonito, blanco, de arquitectura al estilo del sur, y unos jardines donde hay un museo de Assam con telas e instrumentos de diferentes tribus, pero nos da todo bastante igual. Por el camino, una cabra kamikaze se lanza de frente contra nuestro coche, Nawaz frena, pero no consigue evitar del todo el topetazo, Ania y yo nos quedamos helados, la cabra sale correteando como si nada, pero tiene sangre en la cabeza. Yo tengo que cambiar dinero, me llevan a la oficina de seguros donde trabaja el padre de Nawaz, insisten en presentarnos al jefe, que lleva una camisa azul y unas gafas doradas, tiene el pelo blanco y los dientes negros y habla bastante bien ingles, pero la conversacion no avanza mucho.
Por la tarde vamos a una aldea donde vive la hermana mayor de la madre de Nawaz, que hace tiempo sufrio una hemiplejia, pero parece que ya esta mejor. Nos reciben todos sus hijos, muy majos, nos llevan de paseo por la aldea, la gente nos mira como si viera extraterrestres. Entramos en casa de un primo de no se quien, pero apenas aguantamos tres minutos sentados, los mosquitos nos acribillan de tal manera que enseguida nos escuece todo el cuerpo, pican incluso a traves de la ropa, pican incluso en las plantas de los pies (en las casas estamos descalzos), y eso duele. Volvemos a la casa de nuestros anfitriones, nos ofrecen fruta, pinha, jackfruit, que es una fruta que no se si tiene nombre espanhol, en Brasil le dicen jaca, es como una calabaza verdiamarilla de piel rugosa, como con pinchitos, parece un huevo de dinosaurio o algo asi, pero no me gusta su sabor ni su textura, se adhiere al paladar y a la garganta. Nos traen tambien chai y un curioso arroz con coco rallado que creo que me gusta mucho, aunque todavia no lo tengo claro. Y malpua, tambien llamado sweet pakora, una masa frita que me recuerda un poco a los churros espanholes. Y, dado que estamos en la tierra del betel (betelnut, lo llaman ellos), nos lo dan a probar: traen un fruto que parece un datil grande, en el centro tiene una semilla que es como una nuez, pero roja, y dura, tiran el fruto, pero cortan la semilla en cuatro cuartos, yo mastico uno, no me sabe a nada, es como masticar una cascara de nuez, no le veo la gracia y voy afuera a escupirla. Me desilusiona ver que mi saliva no sale roja, se ve que hay que anhadirle algo mas para conseguir tan vistoso efecto. Nos hacemos unas cuantas fotos con la familia al completo, la hermana paralitica esta sentada en el centro de la cama, rodeada de los demas, alguien me pone su brazo alrededor del cuello para la foto, que blancos somos Ania y yo en comparacion con ellos. Se va la luz y nosotros tambien.
Cenamos en casa de Nawaz: chapati, pulao (arroz frito), judias... A la mesa estamos sentados Nawaz, su padre, Ania y yo. Nos sirven la madre y la hermana de Nawaz. No entendemos por que no comen con nosotros. Intentamos invitarlas, pero no entienden por que queremos que se sienten.
Mi colada sigue sin secarse. Me cuesta dormirme, las picaduras escuecen, las de las plantas de los pies duelen un monton.
El segundo dia tambien amanece lloviendo. Nos tomamos un chai y, mientras la madre prepara un desayuno indio, Ania hace un zurek (una sopa agria polaca que se ha traido en sobrecitos) e intentamos juntarlos a todos a la mesa, cosa que resulta complicadisima y totalmente forzada. Lo conseguimos a medias y solo durante un rato. El desayuno a base de zurek, bread pakora y arroz mezclado con una especie de toffee resulta la mar de exotico. Creo que para todos.
Hoy la madre se queda en casa, cuidando a un "primo" (no se de quien) que vive con ellos y que se ha puesto enfermo, mientas el padre nos hace de chofer. Se llama Ramzan (algo que no averiguare hasta el ultimo dia de mi estancia en Guwahati, cuando me de su direccion), es pequenhito y muy simpatico, y habla un ingles muy divertido. Creo que mi frase favorita de las que le he oido es: "slip possibility is there", que viene a significar "cuidado, no os resbaleis". Viene tambien la hermana de Nawaz, cuyo nombre no recuerdo, porque es rarisimo (para mi), pero la llaman Nina. Vamos a ver los "tea gardens", al fin y al cabo Assam es famoso por su te. Todo el tiempo llovizna y la luz dispersa es horrible para las fotos, o sera que yo no se aprovecharla. Una pena, porque la carretera, de un solo carril asfaltado y arcen de tierra a ambos lados, discurre entre campos verdes, plantaciones de arroz, montanhas al fondo, bosques de beteleros, bananos y palmeras de diverso tipo. Me encantan los rectangulos donde se siembra el arroz, sobre todo cuando tienen brotes frescos, manojos de hojitas tiernas de un color verde fosforescente, o cuando tienen tanta agua que reflejan el cielo y las nubes y las montanhas del fondo: una parcelita al lado de otra, cada una de una tonalidad, como unos vaqueros que me compre en Londres cuando tenia veinte anhos y me gustaba llevar ropa diferente, y me costaron todos mis ahorros, y eran de mujer y me quedaban grandes, y luego descubri que eran made in Spain, solo que mis pantacas eran azules y los campos, verdes. Vamos haciendo eslalom (me niego a escribir eslalon, como manda la RAE) entre vacas, cabras, rikshas, baches. Vemos plantaciones de te, pero me llaman mas la atencion las de betel. Son unas palmeras (ellos afirman que no, pero para mi lo son) altisimas, de tronco gris, fino y alargado, coronado por un penacho alborotado de hojas anchas, pero no demasiado largas, bajo las cuales penden racimos de frutos anaranjados que parecen mangos pequenhos o, como he dicho antes, datiles grandes. Un bosquecillo de beteleros es algo impresionante. Por eso insisto en parar al lado de uno. Toda la aldea sale a vernos. Ramzan abre la verja de bambu de una casa y habla con la mujer que hay al otro lado. Nos dan permiso para entrar. Hago fotos a contraluz de los troncos desde abajo con el gran angular. Luego la familia nos invita a entrar en la casa, nos traen te y pastas, pero no se sientan con nosotros, solo un hombre que dice que es militar y esta destinado en Srinagar, y luego aparece un chico y empieza a hablar con Nina y resulta que iban al mismo cole y tienen un amigo en comun.
Volvemos a Guwahati, esquivando vacas indiferentes. Me llevan a una tienda de musica porque quiero comprarme un dhol o, en su defecto un dholak, instrumentos ambos de percusion que se cuelgan del cuello y tienen una membrana a cada lado, uno se toca con las manos y otro con palos, pero al final acabo comprandome un khol (no confundir con el ex canciller aleman), que no se en que se diferencia, pero suena guay y cuesta solo cuatrocientas rubias con funda y sin mucho regateo. Luego compramos un coco verde cada uno a un tipo que los tiene amontonados en la calle, nos los abre a machetazos y nos da una pajita, tienen un monton de aguita rica. Despues damos una vuelta en coche y vamos a ver el Brahmaputra, el rio que atraviesa la ciudad (el unico, por cierto, de genero masculino en la India), nace en territorio chino y desemboca ya en Bangla Desh, en las partes mas anchas alcanza los cinco quilometros, Guwahati no es una de ellas, pero aun asi impresiona. Y mas con los reflejos plateados del atardecer. O con la luz rosada de la puesta de sol. Despues vamos al mercado, Nina y Nawaz acomapanhan a Ania a comprar trapitos y Ramzan me lleva a mi a lo mismo, pero de otro modo: quiero un lungi, una especie de falda que se anuda a la cintura y que he visto que Ramzan y el primo misterioso usan para andar por casa, dicen que para salir a la calle no, pero hay gente que si, yo no pretendo salir a la calle con lungi, y menos en Polonia, pero para estar en casa es muy comodo. Por el camino de vuelta empieza a diluviar. Por fin consigo que me lleven a un ciber (en el que, por cierto, hay que quitarse los zapatos para entrar, pero yo no me doy cuenta y entro con las botas embarradas), pero solo me conceden tres cuartos de hora, porque al dia siguiente hay que levantarse temprano.
Ya en casa, mientras esperamos la cena los mosquitos van tomandome de aperitivo. Entre Nina y Nawaz le hacen a Ania en las manos unos disenhos de henna bastante horribles. No puedo dormir de lo que me escuecen las picaduras. Al coro de ranas y grillos del otro lado de la ventana se unen, ya dentro, varios lagartos solistas que se contestan unos a otros desde nuestro dormitorio hasta la entrada. Nunca habia oido la voz de los lagartos. Tiene algo de pajaro amazonico, algo de mono y algo de ciguenha. O recuerda al ruido que hacemos con la lengua cuando nos gusta la comida. Espero que se esten dando un atracon de mosquitos y los esten disfrutando.
miércoles, 1 de julio de 2009
Cruzando la India
Mientras Nawaz y Debu terminan de despedirse (a oscuras, pues aun no ha vuelto la corriente) de los que han sido sus companheros durante varios anhos de estudios, llega el taxi, que resulta ser un jeep. Es la una de la madrugada. A duras penas cabemos los cuatro pasajeros mas el equipaje: Ania y yo llevamos dos mochilas cada uno, pero Nawaz y Debu, como ocho bultos por cabeza.
Sigue lloviendo, por ratos a cantaros, la carretera es como un rio, hay que cerrar las ventanas para que las salpicaduras de los camiones no nos inunden. Los doscientos cincuenta quilometros quilometros que nos separan de Delhi duran como seis horas. Sorprendentemente, consigo dormir durante la mayor parte del viaje, aunque la cabeza se me golpea contra todo lo posible. El viaje es como un suenho: la lluvia en los cristales, el agua que salta bajo los neumaticos formando olas que se alejan o se acercan a nosotros, la cara del sikh que conduce iluminada de tanto en tanto por los faros de otros vehiculos, los adelantamientos inverosimiles y acrobaticos que me dejan indeferente, los indicadores verdes reflectantes en tres idiomas, ingles, hindi y punjabi, pero no logro distinguir el orden de los dos ultimos alfabetos, para mi identicos.
Llegamos a Delhi ya despues del amanecer. El jeep nos deja en la estacion de Nueva Delhi, Debu sigue su camino, nosotros tres nos las apanhamos con el equipaje a traves del caos multicolor, del hormiguero, del ruido, de los empujones. Esperamos dos horas. Esta vez nuestro tren sale puntual.
Nuestro tren. En teoria, 34 horas. Hasta Guwahati, capital de Assam, hay mas de dos mil quilometros. Hacemos apuestas para ver con cuanto retraso llegaremos. Nawaz dice que a tiempo, Ania que dos horas, yo que cinco. Vamos en clase "sleeper trier", es decir, en cada vagon hay una especie de compartimentos abiertos que a un lado del pasillo tienen dos camas y al otro seis. El aire acondicionado esta tan fuerte que hay que abrigarse para dormir. Pero las literas son bastante comodas. La comida que reparten, incluida en el precio del billete, esta bastante buena. Nawaz va en otro vagon, pero sus bultos estan repartidos, ocupando todo el espacio posible y mas. Sonreimos y los pasajeros de nuestro pseudocompartimento no protestan, aunque deberian. Nos pasamos la mayor parte del viaje durmiendo. El resto, comiendo. Al final la apuesta la gana Ania. Pero el viaje, contra todo pronostico, no se nos ha hecho largo. En total han sido como 44 horas desde que salimos de Chandigarh. Aunque en realidad me da lo mismo.
Sigue lloviendo, por ratos a cantaros, la carretera es como un rio, hay que cerrar las ventanas para que las salpicaduras de los camiones no nos inunden. Los doscientos cincuenta quilometros quilometros que nos separan de Delhi duran como seis horas. Sorprendentemente, consigo dormir durante la mayor parte del viaje, aunque la cabeza se me golpea contra todo lo posible. El viaje es como un suenho: la lluvia en los cristales, el agua que salta bajo los neumaticos formando olas que se alejan o se acercan a nosotros, la cara del sikh que conduce iluminada de tanto en tanto por los faros de otros vehiculos, los adelantamientos inverosimiles y acrobaticos que me dejan indeferente, los indicadores verdes reflectantes en tres idiomas, ingles, hindi y punjabi, pero no logro distinguir el orden de los dos ultimos alfabetos, para mi identicos.
Llegamos a Delhi ya despues del amanecer. El jeep nos deja en la estacion de Nueva Delhi, Debu sigue su camino, nosotros tres nos las apanhamos con el equipaje a traves del caos multicolor, del hormiguero, del ruido, de los empujones. Esperamos dos horas. Esta vez nuestro tren sale puntual.
Nuestro tren. En teoria, 34 horas. Hasta Guwahati, capital de Assam, hay mas de dos mil quilometros. Hacemos apuestas para ver con cuanto retraso llegaremos. Nawaz dice que a tiempo, Ania que dos horas, yo que cinco. Vamos en clase "sleeper trier", es decir, en cada vagon hay una especie de compartimentos abiertos que a un lado del pasillo tienen dos camas y al otro seis. El aire acondicionado esta tan fuerte que hay que abrigarse para dormir. Pero las literas son bastante comodas. La comida que reparten, incluida en el precio del billete, esta bastante buena. Nawaz va en otro vagon, pero sus bultos estan repartidos, ocupando todo el espacio posible y mas. Sonreimos y los pasajeros de nuestro pseudocompartimento no protestan, aunque deberian. Nos pasamos la mayor parte del viaje durmiendo. El resto, comiendo. Al final la apuesta la gana Ania. Pero el viaje, contra todo pronostico, no se nos ha hecho largo. En total han sido como 44 horas desde que salimos de Chandigarh. Aunque en realidad me da lo mismo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)